824.494 millones de euros: ésa es la cifra de deuda pública italiana que posee el resto del mundo. No conozco ningún desglose de qué países poseen todo esa montaña de activos tóxicos, pero sí es sabido que la banca francesa –fondos de inversión y de pensiones al margen– está expuesta, al menos, a algo más de 100.000 millones. Por su parte, el conservador sistema financiero italiano ha adquirido alrededor de 855.000 millones de euros, cifra muy superior a los 383.000 millones con los que cuenta para absorber pérdidas. Pero lo peor llega cuando tenemos en cuenta que los vencimientos de esa deuda pública para el año que viene ascienden a 325.000 millones, a lo que habría que sumar otros 75.000 para financiar el déficit de 2012.
Las cifras no son alentadoras, especialmente si tenemos en cuenta que Italia acaba de cruzar el punto de no retorno en cuanto a su financiación en el mercado. Y lo ha cruzado no porque hoy sus tipos de interés hayan superado el 7%, sino porque, como estuvimos avisando desde los micrófonos de esRadio, el pasado viernes su prima se incrementó por encima de los 450 pb, momento a partir del cual era cuestión de días que la cámara de compensación inglesa LCH. Clearnet elevara las garantías que debían aportar todos aquellos que adquirieran la deuda italiana a crédito (algo que encarece de manera muy notable su adquisición). Eso es justo lo que ha hecho hoy y justo lo que ha catapultado el coste de sus pasivos gubernamentales.
Lo que vaya a suceder a partir de ahora es incierto. España también se aproxima cada vez más al tenebroso límite de los 450 puntos básicos, Francia puede verse aplastada como un bocadillo por la insolvencia de España e Italia y el coste de un eventual rescate de la Eurozona resulta cada vez menos asumible para Alemania. Tal como están las cosas, y conociendo a nuestros manirrotos políticos, veo cinco posibles salidas, a cada cual peor.
Primero, puesta en marcha inmediata del Fondo Europeo de Rescate con participación muy intensa del FMI (es decir, de EEUU y China). Segundo, aprobación de los eurobonos, lo que significa que las emisiones de los países insolventes quedan avaladas por las de los países que todavía guardan algo de crédito. Tercera, monetización masiva de deuda por parte del Banco Central Europeo, lo que equivaldría a diluir el valor de la divisa para aliviar transitoriamente a los deudores en dificultades. Cuarta, ruptura del euro en dos monedas: un euro fuerte –en el que estarían Alemania, Holanda, Finlandia, Austria, Luxemburgo y tal vez Francia– y un euro débil que incluyera a todos los periféricos –y tal vez Francia– que se devaluara entre un 30% o 40% con respecto al euro fuerte. Y quinta, suspensión de pagos desordenada de países y regreso a las divisas nacionales con sus correspondientes devaluaciones.
Las salidas no son incompatibles y creo, de hecho, que terminaremos pasando por todas ellas. Mas ninguna resulta demasiado reconfortante en la medida en que todas implican, en mayor o menos medida, meter la mano en el bolsillo ajeno: la refinanciación de la deuda periférica por parte del FMI o de la UE no nos saca de la situación de insolvencia, sino que sólo aplaza su resolución transfiriéndoles nuestra indisciplina a los países menos enfermos; por su lado, la monetización masiva de deuda por el BCE o las devaluaciones son formas de impago que descapitalizan a los países acreedores como si de una quita parcial se trataran.
Cualquier cosa, empero, antes que adoptar las medidas cabalmente correctas: liberalizar la economía y desmontar el monstruoso Estado de Bienestar, esto es, permitir que el sector privado genere riqueza y que puede ahorrarla para amortizar la deuda, absorber las pérdidas y reestructurar la economía. Llevamos tres años gobernados por el keynesianismo fiscalmente irresponsable. Ahora, con Italia contra las cuerdas, con casi dos billones de deuda pública con riesgo de ser impagados, hemos de tomar una decisión rápida: o medidas urgentes y muy profundas de austeridad y liberalización, o impago (ruptura del euro y devaluación) o seguir dándole a la cuerda del endeudamiento (vía UE, FMI y BCE). A saber, hay que elegir entre hacer lo adecuado, hundirnos en la miseria o huir hacia adelante unos pocos meses más poniendo en riesgo no ya a la banca europea, sino al propio euro.
Pregunta sencilla: si los políticos europeos han sido lo suficientemente insensatos como para permitir que la solvencia de sus países se pudriera hasta este punto, ¿qué camino creen que tomarán a partir de ahora?