Casi tan fatalistas como nosotros, los italianos suelen decir que si su Estado aún se mantiene en pie, es solo porque ni siquiera tiene fuerzas para caerse. Apenas le faltaba, pues, el empujoncito que, piadosos como suelen, van a proporcionarle los mercados. Al respecto, los historiadores escribirán que la inopinada confluencia a finales del siglo XX entre la cleptocracia, el viagra y Telecinco, esa arma de destrucción masiva de cualquier conciencia cívica, llevaría al padrino de Bettino Craxi, cierto Silvio Berlusconi, a presidir esa ruina. Un sujeto que empezó y terminó su vida institucional sometido a dos dilemas simples. Cuando su ahijado se apartó al Túnez de Ben Alí obedeciendo la doctrina de Woody Allen –"Coge el dinero y corre"–, Silvio hubo de elegir entre entrar en política o entrar en la cárcel.
Y ahora, cuando la solvencia crediticia de Roma se codea de igual a igual con las primas de riesgo de Guatemala y Camerún, la disyuntiva asimismo era sencilla. O presentar la dimisión de grado, o someterse al trance siempre humillante de verse desalojado del poder a la fuerza. Sea como fuere, Silvio no debería lamentar su suerte. A fin de cuentas, aquí, un tipo como él habría acabado de tertuliano. Ya lo dijo en su día Andreotti con alguna consternación: en España manca finetzza. Aunque todo se andará, le faltó añadir. Y si no que les pregunten al de Lugo y al de Palma, tanto el duque como el ganapanes. Por lo demás, al Cavaliere se le puede acusar de cualquier cosa, salvo de no ser hijo de su tiempo.
Al cabo, en la política como en todo lo demás, la nuestra es una época de pigmeos. Una era de pequeños arribistas donde resultan impensables los grandes hombres, gentes como De Gasperi, Luigi Einaudi, Willy Brandt, Lyndon Johnson o Franklin Delano Roosevelt. Con independencia de la ideología, seres de calidad humana superior que fundamentaron el servicio público en la responsabilidad moral. Glosando la miseria que nos ha tocado en suerte, contaba Montanelli que para uno de ellos, Benedetto Croce, la derecha era, sobre todo, una cultura, "un catecismo de conductas: desinterés, corrección, horror al espectáculo y a la demagogia". O sea, la precisa, literal, exacta antítesis de Berlusconi. También de Berlusconi.