Nada nuevo bajo el sol. Contra lo que pudiera creerse, no va a ser ésta la primera ocasión en que la deuda de un Estado se tope de bruces con el sufragio universal. Algo muy similar aconteció ya en los años treinta del siglo XX. Fue en Terranova, por entonces una flamante nación soberana que incurrió, ¡ay!, en el impago de ciertos bonos de renta fija adquiridos en su día por Inglaterra. Así las cosas, los diputados de Westminster entablaron un animado debate parlamentario a propósito de si era más importante la democracia representativa o el puntual cumplimiento de las obligaciones financieras con terceros. Huelga decir que el criterio de la mayoría resultó inequívoco. En consecuencia, la armada británica procedió a bombardear el país antes de declararlo disuelto y vender su territorio a Canadá.
Aún corrían los tiempos gloriosos del patrón oro y de su prima hermana, la diplomacia de las cañoneras. ¡No saben los griegos de hoy cuánto le deben a Keynes por haber ideado las instituciones de Bretton Woods! Por lo demás, tampoco nada nuevo ocurrirá después de la bancarrota anunciada de Atenas. A fin de cuentas, la historia del inminente colapso financiero de Europa se escribió en 2008 cuando el derrumbe súbito de Lehman Brothers. Va a pasar lo mismo. Exactamente lo mismo. Acaso con la única diferencia de que ahora también los Estados han quebrado. Tras el preceptivo brote de histeria en los mercados, habrán de llegar, inevitables, las nuevas quitas de Portugal e Irlanda. Otra ración doble de histeria, pues.
Al tiempo, la banca del continente cumplirá con los requisitos de capital por la única vía factible: reduciendo de modo drástico los créditos. Hasta la nada. El resto es sabido: recesión, aumento del déficit, aceleración del desempleo... Lo han augurado todas las casandras. En vano. Porque esos trajes vacíos de Bruselas siguen empecinados en mantener inalteradas las tres mentiras que responden por Banco Central Europeo. Y sin un banco emisor de los de verdad, sin un cañón Berta que posibilite la elemental pedagogía de explicarle a los mercados quién manda aquí, la Unión va a desintegrarse. O se monetiza cuanto antes, ahora mismo, la deuda de España e Italia, o el euro morirá. De Merkel depende.