Por si alguien todavía dudaba de que los griegos no tenían la más mínima voluntad de pagar sus deudas, esto es, de que no piensan realizar el más mínimo sacrificio en forma de privatizaciones y saneamiento presupuestario para responder de sus compromisos, ahí tienen a Papandreu propinándole una sonora bofetada a Merkel y a todos aquellos que confiaron en que el socialismo redistribuidor podría salvar al euro en su forma actual: referéndum al canto o, lo que es lo mismo, repudio de la deuda por aclamación popular.
A estas alturas de la película convendría que alguien diera un paso al frente y reconociera sin paños calientes que sí, que Grecia ha suspendido pagos y que sus bonos se han convertido literalmente en papel mojado. La más elemental de las prudencias contables exigiría que los acreedores de un Gobierno tan mendaz, oportunista e irresponsable como el griego ya hubiesen provisionado hace tiempo pérdidas superiores al 70% por estos títulos. Y si no se ha hecho, ya va siendo hora. ¿O acaso alguien espera rascar algo de un país paralizado, tomado por los sindicatos y con un Ejecutivo rendido al socialismo? ¿Acaso sus pasivos merecen otra consideración, otro tratamiento contable, que la de un deudor de muy dudoso cobro? No: es hora de que todos actualicen de verdad sus libros de contabilidad. Y cuando digo todos, me refiero a todos: incluido al Banco Central Europeo que en contra del juicio criterio de Axel Weber adquirió –supongo que por patriotismo europeísta– cerca de 45.000 millones de euros de deuda basura helena.
¿Y qué decir de los griegos? Pues que ellos sabrán a lo que se exponen. Que repudie su deuda y que espere sentada a que nadie le vuelva a prestar un solo euro. Vamos, que ya puede ir actualizando las planchas de sus imprentas para dar la bienvenida al nuevo drachma si no quiere impagar no sólo a sus acreedores internacionales, sino también a los internos: pensionistas, funcionarios, subsidiados, subvencionados y demás receptores de rentas que amortiguarán el desplome a costa del resto de la ciudadanía del país. Que se vayan preparando, pues, para una buena inflación y para una devaluación de caballo, esto es, para un empobrecimiento de la mayoría de la población muy superior que el que ahora les ha exigido Europa, pero con muchos más billetitos de por medio.
Al menos, los europeos tendremos un ejemplo práctico de qué sucede cuando las cosas se hacen reiteradamente mal. Ojalá les sirva de lección al resto de periféricos que se hallan en idéntica situación y que pensaban jugar similar baza; pienso en los italianos pero también podríamos hacerlo extensible a los españoles, a sus indignados, a sus socialistas y a sus centristas. Eso sí, el referéndum que quiero ver no es el de los griegos aceptando o rechazando expoliar al contribuyente alemán (y al español, que también lo nuestro nos cuesta); el que me gustaría contemplar es el de los alemanes (y españoles) votando si consienten o no que "los líderes europeos" les vuelvan a meter por enésima vez la mano en el bolsillo a cambio de que los griegos se sigan riendo de todos nosotros.