Contaba Julio Camba con alguna socarronería que cuando le enseñó Nueva York al Pla canónico, el de la boina calada y el caliqueño en ristre, estupefacto ante la exuberante iluminación nocturna de los rascacielos, el de Plalafrugell le espetó: "Oiga, don Julio, ¿ y esto quién lo paga?". Y con la ingeniería retórica de las costureras de Bruselas, ésas que hoy andan remendándole los harapos financieros al capitalismo continental, viene a suscitarse idéntico asunto. Porque bien está forzar a los bancos a que aumenten en cien mil millones de euros sus recursos propios. Sobre todo ahora, cuando ni los particulares ni los Estados guardan un mísero céntimo en los bolsillos. Igual que resulta propósito de lo más loable el que la Unión se endeude para garantizar nuevas emisiones de deuda con las que combatir la crisis generada por el exceso de deuda. Pero, lo dicho, ¿y quién va a pagar?
Si los expertos, además de farfullar en esa jerigonza esotérica suya, supiesen algo del pasado, dispondrían de la respuesta. Y es que no va a pagar nadie. O lo que viene a significar lo mismo: pagaremos todos. Inflación se llama la figura, el método más socorrido de burlar a los acreedores desde Atapuerca a la fecha. Aunque los gobiernos también gustan de otro más directo: olvidar la cuestión. Y punto. Al cabo, la historia universal de la deuda pública es la crónica secular de un impago anunciado. Los Estados, simplemente, no abonan sus deudas. Nunca lo han hecho. Y no van a dejar de hacerlo ahora. Cualquiera puede comprobarlo. Está en los libros. Aunque en un tiempo donde ya nadie lee, eso da igual.
Por algo sus acreedores ignoran que, a partir de 1800 y hasta un par de décadas después de la Segunda Guerra mundial, Grecia incurrió en el olvido permanente de sus deudas. Como se ve, Papandreu se limita a seguir la tradición. Al tiempo, y entre otras muchas naciones, Austria, Rusia, Argentina, Portugal, Venezuela, Turquía, Egipto, Francia y, ¡ay!, España poseen una biografía financiera parecida. Sin ir más lejos, la altiva Francia ha incurrido en el repudio de la deuda externa en ocho ocasiones. Pecata minuta, por lo demás, al lado de España, que se ha declarado en quiebra técnica no menos de trece veces... Grande Pla.