No sé yo en qué idioma habría jurado fray Lucca Paccioli, aquel monje franciscano del Renacimiento tan injustamente excluido de los altares, de haber podido leer los titulares de la prensa de hoy. Aunque quizá el arameo sería el que contase con mayores probabilidades. El genial Paccioli, santo varón que en 1494 realizó un hallazgo mucho más grandioso que el descubrimiento de América, la teoría de la relatividad de Einstein o los cohetes espaciales: la contabilidad por el principio de la partida doble. Sin duda, uno de los contados avances espirituales de la Humanidad desde la invención de la rueda.
Por algo los tres documentos canónicos a él debidos, el libro diario, el mayor y el balance de situación, aún siguen utilizándose ahora, tras cinco siglos, con el benemérito fin de no engañar al prójimo –ni a uno mismo– en el tráfico mercantil. Aunque, según parece, H. G. Wells, el padre de la ciencia ficción moderna, dispone de muchos más seguidores entre nuestro establishment que el bueno de fray Lucca. ¿Cómo entender si no esa querencia suya por continuar fantaseando en las cuentas del sistema financiero? ¿O acaso alguien en su sano juicio pretende que la montaña de deuda pública que infesta los balances bancarios aún resulta tan de fiar como cuando fue adquirida? Asunto, por cierto, sobre el que la elite política española viene manteniendo un discurso esquizoide que acaso obedezca a la simple y pura ignorancia.
Así, se reclama con grandes aspavientos de los banqueros que procedan igual que el famoso barón de Munchausen, aquél que viajó a la Luna valiéndose únicamente del impulso obtenido gracias a tirar con fuerza de los cordones de sus zapatos hacia arriba. De modo parejo, se espera de ellos que hagan lo uno y lo contrario. Al mismo tiempo, claro. Por un lado, se predica que saneen sus libros, operando de forma prudente a fin de conjurar el riesgo de quiebra provocado por el apalancamiento en que incurrieran durante la orgía del ladrillo. Por el otro, se les exige con perentoria urgencia que presten más dinero ya a los clientes. El objetivo de PP y PSOE, pues, es simple: los bancos solo tienen que ahorrar y gastar a la vez. Tan sencillo como eso.