Uno de los más sorprendentes fenómenos de los últimos meses ha sido la catarata de elogios que ha caído sobre la figura de Steve Jobs en la hora de su muerte. Columnistas, tertulianos y periódicos que desprecian de continuo el libre mercado se han volcado en alabar al fundador de Apple. En TVE, donde es habitual encontrarse con todo tipo de reportajes anticapitalistas he leído expresiones como "tecnología al servicio de la gente"; y El País le dedicó innumerables páginas en las que era complicado encontrar un matiz de crítica hacia su persona. No por casualidad, casi todos ellos, empezando por Cristina Garmendia en el diario de Prisa, le han definido como "emprendedor" y muy pocos como lo que fue, un magnífico "empresario".
En realidad, Jobs representaba la quintaesencia del empresario que tanto nos gusta a los que amamos la libertad y el capitalismo y que tanto molesta a los intervencionistas de toda laya. Creó una empresa de la nada, sólo con su trabajo y sin ayudas públicas; se hizo multimillonario y disfrutó de su riqueza sin pedir disculpas ni hacer enormes donaciones públicas a obras de caridad para lavar su conciencia; abrió fábricas por todo el mundo y subcontrató mano de obra barata allí donde le hizo falta, con el objetivo de proporcionar a sus clientes el mejor producto posible al precio más bajo; incluso, podría decirse que creó necesidades que no existían y nos convenció a todos, entre otras cosas con una muy inteligente publicidad, de que debíamos comprarle unos cacharritos que quizás no necesitábamos del todo. Con todo esto, Apple debería ser el epítome de ese consumismo supuestamente desbocado, ilógico e insostenible que denuncia cada día la izquierda mundial. Y sin embargo, todos ellos han caído rendidos a los pies de Jobs. ¿Por qué?
Para contestar a mi pregunta, acudí a mi compañero Daniel Rodríguez Herrera, que lleva diez años descifrándonos la tecnología y a los progres desde su columna. Como sabe más que yo de ambas cosas, supo dar con la clave en sólo tres palabras: "Porque Apple mola". Tiene toda la razón. El único motivo por el que se venera a Jobs y se desprecia a otros miles de empresarios de todo el mundo es que no hay moderno que se precie sin un MacBook Air en su mochila, ni un solo alternativo que no se haya hecho ya con un iPad para leer las proclamas de camino a la próxima cumbre antiglobalización, ni un indignado que no alimente su conciencia a través de su iPhone.
Que nadie vea una crítica en nada de lo que estoy diciendo. Me parece fantástico que Jobs convenciera a la izquierda mundial de lo chulos que son sus productos (no sólo a ellos, a mí también me encantan) y que estos se dejaran engatusar y se gastaran un pastizal en sus ordenadores. De hecho, sólo hay que ver alguno de los fantásticos vídeos de presentación de sus productos (ese mítico "one more thing" con el que comenzaba sus discursos) para entender la atracción que ejercía. Lo que me parece increíble es que los socialistas de uno y otro lado del Atlántico no se den cuenta de la incoherencia en la que viven. Si pueden disfrutar de todas esas máquinas y sus maravillosos avances tecnológicos es única y exclusivamente gracias del capitalismo.
Pensaba en todo esto el otro día, mientras veía a Rubalcaba haciendo la presentación de algunas de las medidas que incluirá su programa electoral. En las propuestas del PSOE, los empresarios brillan por su ausencia y allí donde aparecen es sólo para presentarlos como los enemigos de los trabajadores. Por ejemplo, en una de esas las tres únicas menciones a su figura exige que las leyes "equilibren la situación desigual de empresarios y trabajadores/as", como si no fuera la inventiva de aquellos la que proporciona el empleo a éstos. En realidad, unos y otros se necesitan en una relación beneficiosa para ambas partes que algunos se dedican a envenenar.
Eso sí, aunque los empresarios son maltratados, los emprendedores se llevan nueve apariciones en el texto del socialista y todas ellas positivas. No es un fenómeno nuevo, en realidad es algo muy similar a lo que hemos vivido con la muerte de Jobs. El "emprendedor" se pinta como alguien joven, creativo, interesante y, sobre todo, que gana poco dinero. Mientras, la izquierda vende la imagen del "empresario" como un viejo obeso, que fuma puros, amasa una fortuna, explota en sus fábricas a los adolescentes vietnamitas y se regocija en su yate mientras miles de somalíes mueren de hambre.
En realidad, un emprendedor se vuelve realmente útil cuando se convierte en empresario: es decir, cuando esas buenas ideas que tiene se convierten en un proyecto sólido, que da beneficios, que crece, que crea empleo y que es capaz de ofrecer a la sociedad bienes que ésta demanda a un buen precio.
Jobs, en su garaje, era un chico joven y lleno de ideas, como muchos otros. Con una visión sobre cómo debía ser el mundo y qué tipo de ordenadores quería él utilizar. Afortunadamente, no se quedó ahí y dio un paso más: se gastó sus ahorros y convenció a otros de que invirtiesen con él; contrató a miles de personas, les hizo trabajar duramente y les pagó en función de su aportación a la empresa; acumuló beneficios que reinvirtió o se gastó en su propio disfrute; y pudo acumular todo tipo de lujos gracias a su éxito. Es decir, fue un emprendedor que se convirtió en empresario, en toda la maravillosa dimensión de esta palabra.
Y por todas esas cosas, a Rubalcaba, a TVE y a los indignados no les debería haber gustado nada. Ellos no lo saben o no lo quieren reconocer, pero lo que les "mola" son sus productos. Esos que el capitalismo ha puesto en su despacho, en su cocina y en su salón.