La tasa de pobreza en Estados Unidos parece haberse disparado en los últimos años. Los datos publicados recientemente por la Oficina del Censo (Census Bureau) arrojan varios titulares realmente nefastos, reflejo de las grandes dificultades económicas que atraviesa el país. El porcentaje de ciudadanos estadounidenses pobres escala hasta niveles no vistos desde 1993, señalaba The New York Times, o Casi uno de cada seis vive en la pobreza en EEUU, según The Washington Post.
Según el Censo, la tasa oficial nacional de pobreza en 2010 fue del 15,1%, comparado al 14,3% en el año anterior -siendo el tercer incremento anual consecutivo-. El número absoluto de personas viviendo en la pobreza en 2010 se estima en 46,2 millones, comparado con los 43,6 millones en 2009 -cuarto incremento anual consecutivo-, el volumen más alto en los 52 años de este índice.
Sin lugar a dudas, la Gran Recesión ha tenido un impacto significativo sobre los ingresos de los norteamericanos y, por tanto, también sobre las tasas de pobreza, principalmente por el deficiente comportamiento del mercado laboral. Asimismo, tal y como avanzó Libre Mercado, la dependencia de las familias de las transferencias públicas se sitúa en máximos históricos desde la Gran Depresión.
Estos pésimos datos suelen utilizarse por parte de analistas y políticos socialdemócratas (tanto en Estados Unidos como en Europa) como manifestación de que el sistema americano de baja protección y escasa Seguridad Social no funciona, ya que genera grandes bolsas de pobreza y crecientes desigualdades sociales. Sin embargo, esta tesis contiene importantes puntos débiles.
En primer lugar, se suele pensar que Estados Unidos es un país ultraliberal en donde el Estado del Bienestar brilla por su ausencia. Sin embargo, como se ha puesto de manifiesto en diversas ocasiones, esta idea dista mucho de la verdad. La Seguridad Social americana consume más del 20% del presupuesto federal; buena parte de los niños son escolarizados en colegios públicos y la universidad a menudo está subsidiada; la sanidad privada, aunque más extendida que en Europa, se encuentra regulada e intervenida; masivos programas públicos (Medicaid y Medicare) cubren a las familias de clase baja y a la gente mayor; asimismo, las Food Stamps o el programa Aid to Families with Dependent Children asisten a las familias más pobres.
El llamado gasto social en Estados Unidos -que incluye ayudas públicas para los pobres, incapacitados, desempleados y ancianos, además de asistencia sanitaria-, sobre el total de la economía no es considerablemente más bajo que en la mayoría de países desarrollados -con algunas excepciones-. Según datos de la OCDE, este indicador en EEUU fue del 16,2% en 2007 frente al 19,2% del promedio de países desarrollados.
Conviene tener en cuenta, además, que el gasto social privado (caridad y filantropía) realizado voluntariamente en EEUU es sustancialmente más elevado que en otros países. Así, mientras que los norteamericanos dedican un 10,2% del PIB a estas partidas, el segundo país que le sigue dentro de la OCDE es Canadá, con el 5,3%; los españoles apenas dedican el 0,5%.
Pero aún hay más. Y es que, según analizaba el historiador económico Price Fishback en el popular blog Freakonomics, la cuestión de qué país gasta más en asistencia social, si los países nórdicos o Estados Unidos, no es tan obvia como pudiera parecer a primera vista. Los indicadores al uso señalan cómo el sistema escandinavo es mucho más generoso que el estadounidense. Sin embargo, un análisis más cuidadoso, teniendo en cuenta las notables diferencias en los sistemas fiscales o midiendo el gasto en términos per cápita -no sobre el PIB-, revela que las diferencias no son notables.
Asimismo, señala que ambos sistemas de bienestar tienen un enfoque distinto, por lo que las comparaciones simples pueden llevar a engaño. Mientras que el americano presenta un enfoque de "red de protección social" para aquéllos que sufren condiciones menos ventajosas, el nórdico es de carácter más "universal". Así, "atendiendo a estas diferencias de estilo, la medida apropiada es el gasto per cápita en asistencia social, tanto público como privado. Según este indicador, EEUU lidera esta partida con 7.800 dólares, seguidos de Suecia (6.700), Dinamarca (5.800) y Finlandia (4.900). "El resultado sorprendente es que las cantidades gastadas por persona no son en realidad tan diferentes", concluye Fishback.
La segunda gran falacia del argumento socialdemócrata es suponer a priori que los programas redistribucionistas aseguran una reducción de la pobreza sustancial y sostenida en el tiempo. Las cosas, sin embargo, son más complicadas, dado que este tipo de programas suelen tener un efecto perverso sobre los incentivos al trabajo de los pobres. Si el Gobierno asegura programas de ayuda social para las personas que no alcanzan un determinado nivel de ingresos, existe un fuerte incentivo a no trabajar duro para tratar de superar tal umbral.
Este efecto se ha observado a lo largo de la historia reciente de Estados Unidos, en particular, tras las medidas del presidente Lyndon Johnson a mediados de los 60, en lo que se conoce como la Guerra contra la Pobreza. Como señala el economista Lowell Gallaway, a medida que el volumen de fondos destinados a gasto social aumentó tras 1966 la tasa de pobreza comenzó a desacelerar su reducción, luego se paró, y más tarde empezó a incrementarse, tal y como muestra este gráfico.
El tercer punto que suele pasar desapercibido tiene que ver con la medición de la tasa de pobreza. Es decir, el umbral de renta por debajo del cual las personas son consideradas pobres. Como se suele decir en inglés, the devil is in the details (el diablo está en los detalles), lo cual es totalmente aplicable a la interpretación de datos y estadísticas.
Tal y como se señaló al principio, el número de personas que viven por debajo de la línea de pobreza en 2010 es el más alto en los 52 años de historia de este tipo de estimaciones en EEUU. Pero este dato tiene truco. Por un lado, la línea de pobreza aumenta conforme crece la renta media, con lo que un pobre en el año 2000 podría seguir siéndolo aunque su renta hubiera aumentado considerablemente -al mismo ritmo que el de la renta media-. Así, la pobreza se mide como un concepto relativo y, por ello, hay que tener cuidado con las interpretaciones.
La Oficina del Censo norteamericano tiene 48 líneas de pobreza distintas que se aplican dependiendo del tamaño de la familia o el número de hijos menores de 18 años. En el siguiente gráfico mostramos la evolución de una de estas líneas de pobreza para una familia de 4 personas. Así, toda familia que reciba ingresos por debajo de esa línea será considerada "pobre". Pero, como es obvio, una familia pobre (en términos oficiales) en 2010 puede vivir realmente mucho mejor de lo que vivía una familia igualmente pobre en 1960 -estos ingresos están ajustados a términos reales, descontando la inflación-.
Hay otro elemento que distorsiona el concepto de pobreza en Estados Unidos, y es el hecho de que al medir los ingresos de las familias no se incluyen las prestaciones sociales no monetarias, como los cupones para alimentos, la vivienda pública o el programa gubernamental de asistencia sanitaria para los pobres (Medicaid). Si tales ayudas (ingresos) se tuvieran en cuenta la tasa oficial de pobreza disminuiría sensiblemente. Como se afirma en una columna de Forbes, en la definición oficial "no se cuentan aquéllos que viven en condiciones de pobreza después de haber sido ayudados; sólo se contabilizan los pobres antes de haber sido ayudados".
Por último, dado que el concepto de pobreza se mide en términos relativos, un pobre en Estados Unidos tiene poco que ver con un pobre en un país menos rico como, por ejemplo, España. Así, tal y como sostenía José Carlos Rodríguez, "un mileurista español entraría en la categoría de pobre en EEUU".
Y es que, las familias "pobres" de EEUU pueden adquirir bienes que en otros países tan sólo están al alcance de la clase media. En un reciente informe de la Fundación Heritage se apuntaban algunas características al respecto: una familia pobre en EEUU suele tener de media un coche, aire acondicionado, dos televisiones a color, todo el material imprescindible para la cocina, una casa en buen estado con más espacio que la típica europea, no sufren hambre, pueden acceder a asistencia médica cuando es necesario y suelen tener suficientes fondos para cubrir las necesidades esenciales.