Que el gobierno de la Unión Europea es un caos, parece algo tan cierto que no requiere tiempo ni esfuerzo para su constatación. Un caos que se agudiza cuando dos órganos de la Unión hablan, evidenciando un visible conflicto de competencias. Lo cierto es que, ante la prolongada inestabilidad del sistema financiero, no se sabe bien a quién escuchar como voz más autorizada. ¿Es la Comisión la que debe marcar el cauce para la solución –Presidente o Comisario de Economía– o es el Banco Central Europeo que, independiente de poder alguno, tiene la misión de fijar la política monetaria y garantizar la estabilidad de precios?
No pretendo naturalmente resolver el problema, convencido de que una cosa es la solución teórica con los textos legales en la mano, y otra la solución real, en la que juegan factores como la oportunidad, la conveniencia o la protección de intereses de empresas y de Estados que, ocasionalmente, acaban imponiendo su voluntad, como si de un precepto legal se tratase.
Lo que sí cabe afirmar es que los protagonistas de la escena no saben qué hacer, ni parecen tener idea clara del camino a seguir para aplicar medidas que en un tiempo más o menos largo, solucionen aquello que preocupa a Europa y, con ella, al sistema financiero internacional. En este estado de cosas, la tentación de los políticos de sustituir lo esencial –en lo que no saben qué hacer– por lo accidental –en donde caben pronunciamientos de clientelismo demagógico–, es una tentación, casi siempre, irresistible.
El pueblo llano está harto de oír hablar, cada día, de los problemas de las entidades financieras –bancos, cajas de ahorros, cooperativas de crédito...– que por lo visto son nuestros problemas, y en esto no les falta razón. Nuestra hartura viene de que cada día el discurso es diferente. Cuando parece que todo está resuelto, surge un nuevo San Juan con un nuevo Apocalipsis sumiendo al pueblo en un nuevo rescate y exigiendo fondos adicionales.
En la semana que termina, el señor Durão Barroso, para distraer la atención, ha preferido adentrarse en la hojarasca demagógica. En lugar de afrontar la enfermedad de muchas entidades financieras, ha preferido, con energía, prohibir que se distribuyan dividendos y bonus cuando tales entidades hayan sido rescatadas con fondos públicos.
El problema no es ese, señor Presidente. El problema es que, o bien el sistema financiero está mal regulado –porque es el más regulado de la economía– o bien la debilidad de las autoridades supervisoras hace que la regulación no tenga efecto. ¿Por qué no se fija el señor Presidente de la Comisión, en la concentración de riesgos –primero en el ladrillo y después en la deuda de Estados insolventes–, en el coeficiente de recursos propios sobre créditos concedidos, en la salida al mercado de derivados de máximo riesgo con apariencias de plenas garantías...?
¿No estará la raíz del problema en la debilidad de las autoridades europeas, además de en las nacionales?