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José T. Raga

La quiebra como solución

Que el que gestiona bien contribuya a salvar a su competidor que gestionó mal es un principio que sólo puede argüir el administrador haragán, para conseguir un premio que no merece, infringiendo una penalidad al diligente, que tampoco le corresponde.

No comprendo por qué regatear tanto esta solución. ¿A quién favorece el sostenimiento del moribundo? Se dirá que al propio desahuciado y, quizá a nadie más. Al igual que una comunidad mejora estadísticamente de salud cuando la muerte natural se lleva a los moribundos, la salud del sistema financiero mejoraría si la quiebra se llevase a las entidades en estado terminal. No se me interprete mal; estoy suponiendo que no es la voluntad de los hombres la que determina el momento del desenlace entre vida y muerte, como tampoco dejo a ella la decisión de terapias para prolongar artificialmente la vida del desahuciado.

La voluntad de los hombres de gobierno, sin embargo, está siempre presente en el escenario financiero, dispuesta a administrar terapias encarnizadas para la prolongación vital del moribundo, aún a costa de rebajar el índice de salud de todo el sistema. La perversión de la acción viene fundamentada en que su pretensión no es mejorar el sistema financiero, sino ocultar las vergüenzas que evidencian una mala gestión o, en ocasiones, fraudes para con el propio sistema y para quienes confiaron en él.

El término "financiero", como conocemos al sistema, equivale a fiduciario; que es tanto como afirmar que la nota que lo distingue es la fiducia, es decir, la confianza. Es cierto que son muchas las personas que por su comportamiento, han demostrado no ser acreedoras al reconocimiento de tal atributo; no son de fiar. Condición ésta que transmiten a empresas, entidades o instituciones que gestionan, inoculándoles un virus del que difícilmente podrán liberarse. Mantener en el registro de los vivos a los que sólo penden del sepelio, es una forma de dañar la confianza requerida para el funcionamiento del sistema.

Los encajes artificiosos de carácter administrativo para disfrazar una realidad, nos llevará a situaciones más complejas. El Fondo de Garantía de Depósitos, en sus tres variantes, tenía esa finalidad, que puede perder de un momento a otro: garantizar los depósitos de los clientes en las entidades financieras –bancos, cajas y cooperativas de crédito– en caso de quiebra o de insolvencia de éstas. Su misión no es acudir en auxilio de quien administró mal, eligiendo con locura o fraude los activos en los que colocar sus recursos, sino proteger al cliente que confió sus ahorros a la buena gestión de la entidad. Que el que gestiona bien, como ha dicho hoy el señor Blanco, contribuya a salvar a su competidor que gestionó mal, es un principio que sólo puede argüir el administrador haragán, para conseguir un premio que no merece, infringiendo una penalidad al diligente, que tampoco le corresponde.

La quiebra es la solución prevista por la economía para situaciones como éstas, que no sé por qué no puede aplicarse a la actividad financiera y sí a las demás. La persecución jurídica del quebrado, por si aquella fue fraudulenta, será el quehacer subsiguiente para la necesaria ejemplaridad.

Lo contrario supone proteger al delincuente y al necio, con carga para el honesto y diligente.

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