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José García Domínguez

La escuela del Dioni

Las cajas gallegas debían fusionarse como el dios de la tribu mana, única y exclusivamente entre ellas, a imagen del incestuoso ejemplo catalán. Solo así podía quedar garantizada la irrenunciable galleguidad de la bancarrota posterior.

Según infiero por la prensa, las enseñanzas del Dioni gozan de mayor predicamento que las de Adam Smith en los consejos de administración de las cajas de ahorros, o de lo que queda de ellas. Una preferencia doctrinal que acaso debe venir de antiguo. Recuérdese cuando Narcís Serra decidió premiarse con una golosina de doscientos mil euros anuales –más dietas y gastos de representación– tras acceder a la presidencia honorífica de la difunta Caixa Catalunya. La misma que luego supo empujar con gesto decidido a una quiebra que ya nos ha costado tres mil millones de euros a las víctimas del FROB. Pecata minuta, por lo demás, ante los desfalcos morales que acaban de airearse en la CAM y Novacaixagalicia. Otras dos perlas que podrían llevarse por delante el objetivo de déficit público para 2011.

Al respecto, ni siquiera ha transcurrido un año desde que Feijóo amenazara con "una gran manifestación en las calles" si entidad forastera alguna osaba cortejar a sus cajas. Se trataba de defender la "galleguidad" de Caixa Galicia y Caixa Nova, argumentó entonces. Ah, la galleguidad del parné. Imagínese el lector el drama si, vía matrimonios exogámicos, los aforriños de un paisano de Betanzos hubiesen acabado bajo soberanía asturiana, manchega o incluso andaluza. Por menos se proclamó en su día el Cantón en Cartagena. Es sabido, se empieza tolerando libertad a los bancos y se acaba suprimiendo el fielato en la muralla de Lugo o el ferrado como unidad de medida en las básculas romanas de Orense.

No, las cajas gallegas debían fusionarse como el dios de la tribu manda: en torno a una gaita de fole y una fuente de lacón con grelos. Única y exclusivamente entre ellas, a imagen del incestuoso ejemplo catalán. Solo así podía quedar garantizada la irrenunciable galleguidad de la bancarrota posterior. Un fiasco con aroma a chorizos con cachelos, el de Novacaixagalicia, que ni siquiera se ha demorado los nueve meses preceptivos en todo parto. Y aún habrá quien barrunte que la mitad del sistema financiero es asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de una cofradía de caciques provinciales, prebostes jubilados y presidentes autonómicos, consumados artistas todos en el alegre deporte de disparar con pólvora del rey.

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