Con gran pompa y ostentación se ha procedido al acto de firma de la segunda reforma constitucional: este ha durado la friolera de dos minutos. El paso al frente para conseguir que nuestro difunto texto constitucional sea cada vez más abstruso se consumó. Cuando tras la aprobación del estatuto de autonomía de Cataluña alguien me invoca la constitución y la necesidad de su reforma, me siento como si un cirujano sostuviese, en un foro solvente, la bondad de operar a un muerto.
Lo cierto es que viendo la foto de José Luis Rodríguez, Pascual Sala, José Bono y demás ilustres incompetentes, uno se hace cargo de la nimiedad del objeto de la firma. Si miramos las caras de los asistentes, todos ellos mejor alineados que las copas en una buena mesa, parecen estar pensando si el Rey será capaz de estampar la firma, o que está firmando algo que no entiende ni quien lo redactó. En cualquier caso, oscilan entre la duda y la incredulidad. Para colmo, su Majestad decidió firmar de pie. Siempre que uno firma más o menos erguido trasluce o la falta de importancia de lo firmado o que, a él al menos, le importa un carajo. En este caso creo que confluían ambas razones.
Es una real tomadura de pelo la reforma constitucional sancionada en el día de ayer. No es relevante que en la misma subyazca una exigencia de la Unión Europea, ni que el gobierno tenga que demostrar que en España se quiere abordar un esfuerzo de contención del gasto. Del texto aprobado se infiere que "mucho perrito, pero pan poquito", ya que no ha venido acompañado de una sola medida seria para reducir el gasto público y ayudar al reequilibrio presupuestario.
Cuando nuestros gobernantes sean capaces de decirnos la verdad de las cuentas públicas, de contarnos la ruina en la que nos han sumido, de anunciarnos cómo van a conseguir que todos los españoles seamos más iguales ante la ley y más libres, de despolitizar la justicia (instrumento indispensable en la reforma constitucional por la vía de hecho que supuso la aprobación del estatuto de Cataluña)... Y junto a lo anterior nos anuncien qué medidas van a adoptar y cuál es el importe de gasto que se va a reducir y, por supuesto, cómo van a aumentar los ingresos sin saquear más a los ciudadanos. Ese día me tomaré en serio las reformas. Hasta entonces ¿para qué?