Preguntado por Amelia Castilla en El País a propósito de su novela La mano visible, Isaac Rosa dijo: "quería narrar lo que está ocurriendo en el mundo del trabajo, la degradación de las condiciones laborales, el deterioro de la calidad de vida y el malestar que está tan extendido... Me interesaba ver qué pasa por la cabeza del obrero que repite durante ocho horas el mismo gesto mecánico".
El tópico del trabajo degradante, al revés de lo que pueda pensar el señor Rosa, no es, lo mismo que el Estado del Bienestar, ni invento ni monopolio de la izquierda sino una faceta general del antiliberalismo de derechas e izquierdas desde el siglo XIX (cf. "Un mito perdurable: la economía como ciencia lúgubre", en Economía de los no economistas, LID Editorial). Se trata de un caso típico de la ley de Spencer: cuanto más se resuelve un problema económico y social más arrecian las protestas sobre su empeoramiento.
¿Es el trabajo agotador, degradante y repetitivo una característica de nuestro tiempo? Al contrario, es una característica de los tiempos anteriores, esos tiempos a los que nunca se presta atención. Se habla del trabajo infantil como símbolo de la degeneración contemporánea, cuando prácticamente todos los niños no han hecho otra cosa que trabajar, y en condiciones no precisamente placenteras, desde los orígenes de la humanidad hasta hace relativamente poco.
Desde la Revolución Industrial, en efecto, la tecnología no sólo ha incrementado el bienestar sino que ha desvinculado por primera vez en la historia el trabajo del esfuerzo físico –a ella, por cierto, le deben las mujeres su liberación, y no a ningún político progresista– y ha acabado precisamente con las tareas repetitivas. El trabajador alienado, que predijo temeroso y confundido Adam Smith en el siglo XVIII, que denunció también equivocadamente Karl Marx en el siglo XIX como modelo de explotación, y que reflejó con amarga ironía Charles Chaplin en Tiempos Modernos en 1936, es justamente el trabajador que gracias al capitalismo ha quedado atrás. La tecnología supera la alienación y facilita la fértil labor creadora de mujeres y hombres.
Y sin embargo, cuanto menos y mejor se trabaja, cuanto menos degradante, deteriorada, mecánica y repetitiva es la vida laboral, aquí viene don Isaac Rosa a asegurarnos que el trabajo es terrorífico. Y como siempre, como han hecho los intelectuales antiliberales siempre, ese trabajo indigno es el trabajo de los demás, nunca el suyo.