En 1965 en Europa occidental la media del gasto público en la economía era el 28% del PIB. Hoy casi el 50%. La tasa de fertilidad alemana era de 2,5 hijos por mujer. Hoy es 1,35. La media de crecimiento era 5,5%. Desde 1973 no llega al 2,5%. En 1973 un europeo trabajaba 102 horas por cada 100 que trabajaba un americano. En 2004 eran 82.
Había un modelo de posguerra que en España ni siquiera contó con el Plan Marshall. Se contraponía al actual en que preferimos el ocio al trabajo porque debemos tener inquietudes metafísicas más delicadas que antaño. Proporcionaba más crecimiento y bienestar sin insoportables cargas públicas, e implicaba extrañas, para el posmoderno, convicciones acerca del peso de los ejércitos, la tolerancia del crimen o la relevancia de la diplomacia.
Europa hoy. Grecia aporta un ejemplo significativo aunque extremo. No ha recibido la totalidad del dinero previsto para el primer rescate de 110.000 millones. En el penúltimo episodio, el FMI – uno de los tres implicados en la entrega por partes de los préstamos, con el BCE y la UE – condicionaba su ayuda a la garantía de financiación asegurada a un año vista. Hizo su contribución parcial porque, el 21 de julio, la UE comprometió el segundo rescate, similar pero asumiendo pérdidas los tenedores privados de deuda.
El siguiente tramo, 8.000 millones, que debe servir para que a mediados de octubre no suspenda pagos, sigue pendiente del sí de la troika, que no advierte demasiado cumplimiento. Podría pensarse que los medios dominantes informan, como hacían otrora. Sería un error, educan. Por eso se guardan de contar -dedicados a la noble misión de fomentar la prudencia, evitar el pánico y orientarnos en la crisis- que el gobierno griego no ha hecho absolutamente nada durante un año para acelerar las privatizaciones, reducir el sector público o liberalizar profesiones. Ni siquiera ha prescindido de un solo empleado público. Lo único que hace es crujir a impuestos lo que queda de sector privado. No hay razón para creer que cambie.
Mientras más de mil griegos perdían sus empleos privados cada día de agosto, el gobierno garantizaba a los empleados públicos sus privilegios y los planes estructurales se sucedían sin pasar del papel a la realidad. Caso especial eran las privatizaciones, de las que debían proceder este año 1.700 millones de los 5.000 previstos. Ni una. Los políticos socialistas de Grecia se resisten a desembarazarse de empresas públicas aptas para colocación de afines. Los acreedores deberían aclarar que no son ellos los que fuerzan a los griegos a pagar más impuestos, sino la falta de voluntad del gobierno de deshacerse de empleos públicos, dejar de subvencionar a sindicatos y cerrar organismos estatales difuntos.
Cuando Grecia quiebre, se abrirán las puertas a otros eventos crediticios, como hace nada denominaba la prensa a lo que hoy ya es suspensión de pagos. Vamos progresando. Entonces cada país tendrá una elección que hacer: o como entonces, o como ahora.