Me encuentro en el canal Odisea un precioso documental, capaz de reflejar la realidad cubana mucho mejor que la mayoría de los sesudos artículos o historias sobre la isla del Caribe. Se llama Transitando y lo han producido Domingos Guimaraez y Antonio Maltez.
La película es preciosa en su sencillez: no tiene comentarios de los realizadores, sólo se escucha el sonido ambiente y las declaraciones de los cubanos que aparecen ante la cámara. Tampoco se crean que es un documental de crítica política: ni siquiera se menciona, ni falta que hace, a los hermanos Castro. De hecho, el argumento es casi trivial: estos dos tipos han salido con su cámara al hombro con el objetivo de averiguar cómo se mueve la gente en el paraíso comunista.
Puede que a los habitantes de la desarrollada Europa les sorprenda que alguien se haga esta pregunta. Pero en Cuba, tras más de medio siglo de Revolución, el mero hecho de viajar de un pueblo a otro se ha convertido en una absoluta odisea (y no estamos haciendo un juego de palabras con el nombre de la cadena).
Ni un solo minuto de su metraje tiene desperdicio. Los cubanos tienen que recurrir cada día a todo su ingenio para sobreponerse a la pobreza y a la falta de oportunidades propias del asfixiante régimen político que les somete. Es casi gracioso, dentro de lo trágico, ver cómo incluso tras cincuenta años de opresión, aún les queda imaginación para sobrellevar el pesado fardo que les impone su tirano.
De esta manera, vemos a decenas de personas hacinarse en la caja de un camión para recorrer unas pocas decenas de kilómetros; nos encariñamos con un balsero, que tiene que remar cada día en su canoa para llevar lo que produce hasta el pueblo más cercano; y nos conmueve la historia de un tipo en Santiago, que nos cuenta cómo vendió su casa para comprarse una pequeña motocicleta, con la que hace de taxista de turistas y convecinos y se saca un sueldo extra (que, por otra parte, no le permite más que para vivir en condiciones que en España calificaríamos de grave pobreza).
Pero si hay una historia que emociona (a medio camino entre la risa y el llanto) es la de la chivichana. En Sierra Maestra, precisamente donde comenzó ese sueño revolucionario que se ha transformado en pesadilla, sus habitantes no tienen cómo desplazarse. Por eso, han ideado un cacharro mitad trineo y mitad patinete que se llama chivichana. Consiste en unas tablas de madera puestas sobre un par de ejes con ruedas, a las que se ha acoplado un rudimentario volante hecho de plástico y cuerdas. Evidentemente, no tiene motor (entre otras cosas porque no hay combustible), así que aquellos que las utilizan tienen que subir tirando de ellas cuando van cuesta arriba. El esfuerzo merece la pena porque, cuando uno toma el camino de regreso (en ocasiones con la carga recogida en la montaña), puede lanzarse por las pendientes a más de 80 kilómetros por hora.
Uno no quiere ni pensar en cuántas personas habrán tenido graves accidentes por montarse en uno de estos artilugios, en los que viajan dos o tres personas con sacos y todo tipo de víveres. Es mejor quedarse con la imaginación de esos cubanos, que luchan cada día contra todo el peso del Estado.
De hecho, puede que en alguno de sus próximos viajes por la isla, alguno de estos lugareños invite a los altos mandos del Partido Comunista a probar este medio de transporte tan típicamente cubano. Incluso, podrían intentar convencer a estos funcionarios a que lo exporten como un logro de la Revolución. El problema es que no creo que nadie en el politburó cubano sepa siquiera de qué estamos hablando. Mucho me temo que ni Fidel ni Raúl Castro han viajado nunca en chivichana.