En una mesa redonda con medios de comunicación de habla hispana, el presidente norteamericano ha mostrado su preocupación por el desastre de las cuentas españolas y su impacto en el resto de las economías si finalmente el BCE apaga el respirador automático al que nos tiene conectados.
Hasta ahí el análisis, en su simpleza, es compartido por cualquiera con un mínimo de sentido común, pues resulta evidente que la suspensión de pagos en un país económicamente potente como España ha de tener forzosamente graves consecuencias en el sistema financiero global. Las discrepancias surgen cuando Barack Hussein analiza las causas del desastre y expide la receta para evitar el colapso de la UE que, como corresponde al personaje, no difiere en absoluto de las que se vienen aplicando con insistencia a uno y otro lado del Atlántico por la clase política. Obama tan sólo quiere llevarlas un paso más allá sin variar la trayectoria iniciada.
El presidente norteamericano, un indignado más, achaca el peligro de descarrilamiento de las economías europeas a las presiones "de los mercados", análisis que podría perfectamente compartir cualquier lector de Público por poner un ejemplo extremo de radicalismo pueril.
Sin embargo, lo que los socialistas de todos los continentes consideran una presión intolerable para desestabilizar las economías nacionales, no es más que el ejercicio de una precaución elemental de las instituciones financieras para garantizar el cobro de los préstamos que entregan sin cesar a los gobernantes manirrotos. Si Zapatero o Berlusconi hunden sus respectivos países en una espiral de déficit que los aproxima peligrosamente a la quiebra técnica, es más que lógico que los prestamistas internacionales aumenten el precio del servicio, algo que a los socialistas vocacionales les resulta imposible de aceptar, pues al parecer, consideran que ese ente abstracto llamado "mercado" ha de proveerles sin límite de los recursos necesarios para seguir gastando como si la crisis no fuera con ellos.
Para salir del aprieto, Barack Hussein no propone una reducción drástica del gasto público con el fin de aliviar las condiciones de los préstamos futuros, sino una política fiscal centralizada de toda la UE destinada a esquilmar todavía más a la sociedad civil, algo que habrá entusiasmado a un Rubalcaba dispuesto a imponer de nuevo el doble impuesto sobre el patrimonio.
Las épocas de grandes tribulaciones exigen un liderazgo fuerte capaz de dar ejemplo desmontando lo que no funciona y asumiendo su coste político, pero el actual presidente norteamericano es sólo un experimento progre tan fallido como todos los que lo han precedido y tan incapaz como sus colegas continentales de acabar con el keynesianismo radical que nos está llevando a la bancarrota. Si Obama es el líder que nos ha de sacar de la crisis, apaga y vámonos. El problema es adonde.