El sistema eléctrico de un país consiste en un entramado de elevada complejidad técnica donde productores, transportistas, distribuidores, comercializadores, gestores, el gobierno y los consumidores conforman una estrecha concatenación de contratos, leyes y relaciones que hacen posible que, cuando usted pulse el interruptor de su casa, se encienda una bombilla. Este sistema, opaco y misterioso para la gran mayoría de los ciudadanos tiene, sin embargo, una importancia capital, puesto que prácticamente todo lo que hacemos en nuestras vidas sería imposible sin la electricidad. Piénsenlo detenidamente, prácticamente todo.
Esta serie de artículos que comenzamos hoy pretende desgranar el funcionamiento del sistema eléctrico español en la mayoría de sus aspectos, desde el análisis de las distintas tecnologías de producción eléctrica, a la evolución de los precios de la electricidad en los últimos años, el funcionamiento del mercado eléctrico, el déficit de tarifa y la legislación que nos ha llevado a contraer una deuda de más de 25.000 millones de euros con las compañías eléctricas. Para comprender el sistema eléctrico español sería interesante conocer qué tecnologías de generación forman parte del mismo y a eso, precisamente, nos dedicaremos en este primer artículo.
El sistema eléctrico español contaba, a finales de 2010, con una potencia instalada de 103.000 megawatios (MW). Probablemente este dato no les diga mucho, pero con esa potencia podríamos mantener encendidas 7.000 millones de bombillas, una por cada habitante de la Tierra. Teniendo en cuenta que el máximo histórico de demanda de potencia eléctrica en España se situó en torno a los 45.000 MW, parece evidente que tenemos un sistema eléctrico claramente sobredimensionado. Las consecuencias de esta sobredimensión se traducen en un elevado número de centrales eléctricas que están paradas buena parte del año, es decir, capital desaprovechado. Veremos en otros artículos como este hecho, entre otras razones, contribuye a que la electricidad en España nos cueste a los consumidores domésticos un 45% más que en Francia.
Probablemente hayan oído hablar con anterioridad de los conceptos "mix eléctrico" o "cesta eléctrica". Ambos hacen referencia al peso que cada una de las distintas tecnologías de generación eléctrica tiene en el total del sistema. Es decir, en qué tipo de centrales se "fabrica" la electricidad que consumimos y qué porcentaje representa cada una de ellas. Los 103.000 MW con los que el mix eléctrico español finalizó el año 2010 tenían la siguiente composición: gas natural (26%), eólica (19,4%), hidráulica (16,2%), carbón (11,5%), resto del régimen especial (9,6%), nuclear (7,5%), fuel/gas oil (5,7%) y solar fotovoltaica (4,1%). El dominio corresponde al gas natural, seguido muy de cerca por la energía eólica. Ambas tecnologías han crecido espectacularmente en los últimos años y su crecimiento paralelo no es casual, como veremos en próximos artículos.
Sin embargo, estos datos corresponden al porcentaje de potencia instalada, que no tienen absolutamente nada que ver con los porcentajes de electricidad producida. Que una cierta tecnología tenga más presencia que otra en el mix eléctrico no implica que produzca más electricidad puesto que ésta no depende únicamente de la potencia instalada, sino también de otros muchos factores. Observen, de hecho, la realidad de los datos correspondientes a la electricidad producida durante el año 2010: gas natural (23,9%), nuclear (21,5%), eólica (14,9%), resto del régimen especial (14,3%), hidráulica (13,2%), carbón (9,0%), fuel/gas oil (3,3%) y solar fotovoltaica (2,5%). Observen cómo la energía nuclear, a pesar de tener únicamente el 7,5% de la potencia instalada produce más del 20% de la electricidad que consumimos. Con el resto de tecnologías, en cambio, pasa al contrario, siendo su contribución a la electricidad producida menor que su porcentaje de participación en el mix eléctrico (excepto en el caso del resto del régimen especial).
El porqué de este comportamiento aparentemente contradictorio lo analizaremos cuidadosamente en el siguiente artículo de esta serie donde estudiaremos las horas medias de funcionamiento anual para cada una de las tecnologías, y de qué depende que ciertas tecnologías tengan un rendimiento más elevado que otras.