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Francisco Capella

¿Referéndum o indignidad democrática?

O sea que cuando los prestamistas extranjeros deciden cortarte el grifo, a menos que tomes medidas adecuadas, porque sospechan que eres insolvente, estamos ante "presiones externas intolerables".

José Antonio Martín Pallín, comisionado de la Comisión Internacional de Juristas, nos recuerda que "somos ciudadanos", y nos interpela para que "¡digamos no!" a la reforma constitucional sin referéndum sobre la presunta limitación del déficit público (esa sobre la cual Juan Ramón Rallo nos ha explicado perfectamente que no es para tanto y que se trata más bien de un fraude consensuado).

En lugar de realizar un análisis jurídico objetivo y calmado, Martín Pallín solamente proclama sus valoraciones particulares y subjetivas de forma muy estridente y rayana en la histeria (pero apelando a la firmeza y la serenidad): "No al procedimiento, grosero en las formas y absolutamente inane en su contenido"; llega a hablar de "intrínseca perversidad", "forma alevosa", "catarata de amenazas oscuras" o "vaciedades". Todo para, según él, amedrentar a los ciudadanos inermes.

Nos asegura que él y muchos otros (no identificados) de diferentes perspectivas ideológicas están de acuerdo en la necesidad de cambiar la constitución. Desgraciadamente no se molesta en precisar los cambios, pero insiste en que no pueden hacerse así, que "nadie puede dudar" (faltaría más) que hay que seguir los "principios inalterables de las reglas del juego democrático". ¿Y cuáles son esos principios? ¿No se supone que están recogidos en el compendio de reglas del juego que es la propia constitución? ¿Insinúa que lo que se está haciendo es inconstitucional?

Según él, "cualquier modificación sustancial que afecte a derechos fundamentales" debe aprobarse por referéndum. Y sólo un "irresponsable político" aceptaría que la limitación constitucional del déficit presupuestario "no afecta a derechos tan fundamentales como la salud, la educación y, en definitiva, el bienestar de los ciudadanos como meta irrenunciable en una sociedad soberana, equilibrada y libre de presiones externas intolerables".

O sea que cuando los prestamistas extranjeros deciden cortarte el grifo, a menos que tomes medidas adecuadas, porque sospechan que eres insolvente, estamos ante "presiones externas intolerables": no se puede tolerar que nos pongan condiciones para seguir prestándonos dinero con el cual financiar todos esos maravillosos derechos que presuntamente tenemos y a los cuales no podemos renunciar, porque si lo hiciéramos seríamos una sociedad desequilibrada. Debemos ser soberanos también sobre nuestros acreedores foráneos. Y es que para él el déficit cero es "nada de nada, calor para unos pocos y frío para la inmensa mayoría". Hasta aquí llega la profundidad de su análisis económico, tal vez no se le puede pedir más.

Asegura Martín Pallín que "los mercados no tienen ni alma ni cuerpo, pero nos hemos dado cuenta de que los manejan unos delincuentes que, de momento, están siendo perseguidos infructuosamente en tribunales penales de diferentes países". O sea que según este jurista de muy presunto prestigio, antes de tener un veredicto de culpabilidad ya sabemos que se trata de delincuentes. Glorioso. La explicación a este disparate está en el mismo comienzo del párrafo: "Que yo sepa...".

Continúa su tono panfletario con múltiples apelaciones a la dignidad, ese término tan etéreo que suele ser señal de desfachatez o incompetencia argumentativa: "Ha llegado el momento de ejercitar nuestra dignidad y decir no"; "No nos pueden despojar impunemente de nuestra dignidad"; "A nosotros, los ciudadanos, nos ha llegado el momento de movilizarnos para restituir a este país su dignidad perdida en el templo de los mercaderes. El referéndum no es de izquierdas ni de derechas, es una forma de expresarnos con libertad y proclamar nuestra dignidad".

Cuánto patriotismo cívico. Ya lo sabes, ciudadano, y te lo ha repetido varias veces de forma machacona: ha llegado el momento, nos quieren robar, vamos a movilizarnos, el templo de los mercaderes, dignidad, bla bla bla, más dignidad... y qué pena da ver por ahí mezclada a la libertad.

En Libre Mercado

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