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José García Domínguez

Zurremos a los ricos

Aunque, es sabido, en periodo de celo electoral nada puede la lógica económica frente al fetichismo fonético. Ah, la justicia poética. Ah, la espada flamígera del pueblo ensartando a los malvados ricachones.

Prueba de la definitiva bancarrota intelectual de nuestra socialdemocracia doméstica, mientras González anda suplicando los eurobonos a fin de dotar de respiración asistida al sistema financiero, un Rubalcaba travestido de Evita Duarte amenaza a la banca con gabelas punitivas. Tal que así, a falta de ideas, parece que vuelve a instalarse en Ferraz un gran clásico de la demagogia garbancera: la pirotecnia tributaria, ese vinagre agrio siempre tan caro al resentimiento social. Carnaza retórica para contento del vulgo. Fuegos de artificio fiscal sin eficacia recaudatoria digna de mención. Charlatanería huera de exclusivo consumo entre las capas más acéfalas del censo. Un género tarado y de contrabando, sí, pero mercancía bien rentable en las urnas. Y simulacro cara a la galería tanto más obsceno cuando se repara en la inminencia de Basilea III.

Basilea III, que no es un campo de fútbol como debe de barruntar el candidato de los descamisados, sino el acuerdo internacional que obligará a recapitalizar los bancos españoles en plazo tan perentorio como 2012. Cientos y cientos de millones de euros que, en nombre del sagrado mercado libre, acabarán desembolsando, quién si no, los contribuyentes. He ahí el genuino tributo no a los bancos, sino de los bancos, el que más pronto que tarde deberemos sufragar a escote. Por lo demás, mejor haría el PSOE poniéndole una vela a la Virgen en lugar de un impuesto a sus cajas de ahorros. Y es que con una "inversión" de 217.000 millones de euros enterrada en cemento suburbial –un 46% de ella "potencialmente problemática" según el eufemismo al uso– van a necesitar algo más que ayuda divina para salir de ésta.

Aunque, es sabido, en periodo de celo electoral nada puede la lógica económica frente al fetichismo fonético. Ah, la justicia poética. Ah, la espada flamígera del pueblo ensartando a los malvados ricachones. Esa alquimia semántica que permitirá transmutar el Impuesto del Patrimonio, aquel obsoleto castigo contra las clases medias –Zapartero dixit–, en inopinado azote de "los poderosos". La misma magia que igual habrá de convertir en siniestra plusvalía del "capital" la propiedad de tantos pensionistas, jubilados y demás potentados adictos al bono-bus, a las estufas de butano y a las cartillas de ahorros. Y encima con recochineo peronista.

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