En virtud de la urgencia y las anteojeras ideológicas, se ha venido imponiendo a trancas y barrancas en la zona euro el mal ejemplo de una política radical de inadmisión de quiebras que incentiva actitudes financieramente insostenibles. Como esta actitud ha fracasado puesto que el escalonamiento de los rescates y las compras de bonos –incluidos de España e Italia– ha incrementado sus intereses sin enderezar el crecimiento, estamos llegando de arribada forzosa a la única solución efectiva: acabar con el riesgo moral o mal ejemplo, reestructurando deudas de países y recapitalizando los bancos afectados.
El consenso socialdemócrata, a la vista de esta vía muerta rescatadora mediante la que buscaba imponer por la vía de hecho la unión fiscal no votada por los ciudadanos, ha descubierto una nueva excusa para evitar hacer lo correcto. Bernanke, el presidente de la Fed, se permitía tras su retiro en el marco incomparable de Jackson Hole en Wyoming sugerir, sin hacerlo aún, resolver la crisis con inflación.
Pero, ay, su gozo en un pozo. El 24 de agosto, es decir, veinte días después de que el BCE se convirtiera en el único órgano honorario con iniciativa legislativa para reformar la Constitución española, el ocupante del cargo igualmente honorario de presidente de la república federal alemana, Christian Wulff, declaraba: "En el artículo 123 del tratado de la Unión queda claramente prohibido al BCE que ejerza compra de bonos de deuda soberana de algún miembro de la Unión Europea y, no obstante, ha comprado más de 110.000 millones de euros en esos valores".
Esto fue universalmente traducido por la prensa, convencida de que cualquier divergencia de la actual ortodoxia keynesiano-socialista es pecado, como que el presidente había "dudado" de la legalidad de la medida. Cualquier observador imparcial hubiera dicho que las dudas eran pocas. Al mismo tiempo, Jens Wiedmann, jefe del Bundesbank y representante en el BCE, afirmó que las compras de deuda en los mercados secundarios "reducen los incentivos para adoptar políticas fiscales apropiadas". Lo que a su vez Wulff glosó, acotando indicativamente el significado de las escuetas palabras de su compatriota, instando al BCE a "encontrar rápidamente el camino de vuelta a los principios acordados", después de que estos "guardianes supremos de la moneda se hayan extralimitado de su mandato con la compra masiva de bonos, algo que a largo plazo no puede ser bueno y sólo puede tolerarse, en el mejor de los casos, durante un periodo breve".
Descartada la unión fiscal, ausente el respaldo legal y ciudadano, y abortada por el momento la iniciativa inflacionista, sólo queda la reestructuración paulatina de los países en dificultades y acaso la recapitalización de los bancos afectados. Leyendo, no mucho, entre líneas esto es lo que acabará imponiéndose. Alguien debería hacer el cálculo de lo que se hubiese ahorrado de haberse decidido el primer día y cobrárselo a los fanáticos ideológicos que nos han enfangado en esta vía intransitable.