A vueltas con frenar a los malvados especuladores en épocas en que los mercados financieros parecen desenvolverse de manera "descontrolada". Hace una semana saltaba la noticia (más bien, nos "asaltaba") de que la cumbre franco-alemana entre Sarkozy y Merkel hacía renacer la propuesta de introducir un impuesto a las transacciones financieras.
Se trata de una medida sin concretar y de momento confusa, pero refleja la continua amenaza de ponerla sobre la mesa cuando las cosas se ponen feas. No es algo ni mucho menos nuevo. En los últimos tiempos ha resonado en boca del propio presidente español Rodríguez Zapatero (el pasado junio), al tiempo que era aprobada por medio de uno de los acuerdos plebiscitarios de los indignados del 15-M.
La aplicación de este impuesto claramente nos recuerda la tasa Tobin, originalmente propuesta por el economista que da nombre a ésta para, supuestamente, dar más estabilidad a los tipos de cambio. La lógica, en todo caso, es la misma.
Los argumentos o, por decirlo con una jerga algo más jurídica, la exposición de motivos de una medida de esta índole se ha avanzado al inicio del artículo: acabar con el "dinero caliente especulativo", eliminando la volatilidad causada por los vaivenes de operadores a corto plazo apalancados. Cuestión aparte -y no carente de relevancia- es el afán recaudatorio de la introducción de esta tasa, cuestión que los políticos no reconocerán en la citada exposición de motivos.
Lo que dicen querer los legisladores, por tanto, son inversores, expulsando a los jugadores especuladores. En el punto de mira están, pues, los "jugadores" que arrastran los valores al fango por haberse puestos cortos en una acción, título de deuda pública, materia prima o similar. O aquéllos que, estando largos en esos mismos instrumentos financieros, compran pidiendo prestado un 95% de la inversión, con tan sólo un 5% de exposición propia, y se ven obligados a vender súbitamente si cambia de tendencia o a dar una mejor garantía al prestamista para ganar más tiempo y así evitar verse obligados a desprenderse de sus títulos.
La inversión a largo plazo
Detengámonos en aquellos agentes del mercado que este tipo de leyes busca potenciar: los inversores de verdad, los que dejan sus cuartos capitalizándose a largo plazo y, por tanto, no generan fluctuaciones tan grandes. ¿Realmente son tan inmóviles como parece?
En primer lugar, ser inversor a largo plazo en ningún caso quiere decir mantener un valor durante mucho tiempo cualquiera que sea la circunstancia del mercado. De hecho, una actitud así es desaconsejable en varios supuestos.
Por ejemplo, si se deteriora el escenario sobre el que se valoró la inversión, venderemos: con el surgimiento de competencia con la que no contábamos, el desencadenamiento de gran inestabilidad en el país (inseguridad jurídica, deterioro de la moneda, regulaciones asfixiantes a las empresas)... Pero no sólo en este caso podemos deshacer nuestra inversión. Todo inversor tiene una cartera real y una latente, con valores a la espera de subir de nivel si las circunstancias cambian.
Pongamos el ejemplo de una empresa que estamos siguiendo que, repentinamente, se pone en un precio muy atractivo y le auguramos grandes oportunidades de revalorización. En este contexto, podemos deshacer una inversión anterior, por más que se pueda tratar de un valor aún interesante, si su recorrido alcista esperado ya es menor que el de la acción de nuestra cartera B.
Lo que realmente significa invertir a largo plazo es ser consciente de que el mercado a veces no paga lo que un negocio vale a largo plazo porque está dominado por la falta de liquidez, la incertidumbre, el pánico, la incredulidad, etc., y que, en tales casos, si se tiene una acción con revalorización latente importante, lo interesante es mantenerla.
También, por el mismo motivo, la inversión a largo plazo implica no comprometer fondos líquidos que se vayan a necesitar a corto plazo, pues en tal caso podríamos vernos forzados a malvender y tampoco nos daría tiempo a que el desarrollo de los negocios de la empresa en que hemos invertido vaya dando sus frutos.
Estos dos rasgos característicos de lo que es invertir a largo plazo suponen el darnos más tiempo y no precipitarnos, o no pasarnos el día realizando operaciones. Justo al contrario de lo que, ciertamente, por definición hacen quienes invierten a corto plazo. Pero, como decimos, no implica estar ciegos y paralizados ante las situaciones del mercado cambiantes. Muy al contrario, el inversor a largo plazo rota su cartera o abandona el mercado si ello es lo conveniente.
¿Bondad o perversidad del trading?
Ahora bien, llegamos al segundo agente al que una "tasa Tobin" a las operaciones financieras quiere cortocircuitar. Ya se ha avanzado que los legisladores argumentan querer deshacerse de los jugadores en la bolsa, y para ello proponen un gravamen que penalizará a los que operen con mucha frecuencia. Ahora bien, gravar a los operadores de gran frecuencia implica gravar fundamentalmente el trading.
Así que tenemos que preguntarnos: ¿es el trading una actividad antisocial similar a la ludopatía o tiene tal actividad efectos beneficiosos sobre los mercados financieros que, en caso de desaparecer o reducirse, pondrían a éstos en peor disposición de facilitar el desenvolvimiento económico?
Los traders, con su labor diaria, están "haciendo mercado". Son los market makers del sistema financiero. Básicamente, los traders manejan rangos en los que estiman que en un corto plazo se va a mover un activo. Sus beneficios se asientan en este presupuesto anterior. Si la cotización se mueve en el rango bajo (cerca del soporte), compran a la espera de que suba hacia la media (o más) y sueltan lastre. Procederán a la inversa si la acción se mueve por el nivel más alto: venderán, esperando que caiga, para volver a comprar cuando lo haya hecho.
La cuestión es la siguiente. No siempre hay tantos compradores como vendedores y a la inversa. En esos casos, el trader es quien actúa haciendo de contraparte. Por decirlo de otra manera, cuando se mueve la cotización en niveles bajos, en el acto de comprar no valora la acción per se, sino que estima que en ese momento hay pocos demandantes y él entra a sustituirlos comprando. Sabe que, en circunstancias estables, aparecerán con el tiempo esos compradores deseosos de sus títulos. Por eso, de alguna manera sustituye temporalmente a los compradores (o vendedores si nos moviéramos en el rango alto) hasta que asomen la cabeza.
La existencia de los traders, por tanto, contribuye a hacer los mercados muy continuos (mucha profundidad de mercado) y muy negociables. Si yo no soy un trader, quiero colocar mis acciones en el mercado (y no hay gran cambio de circunstancias), el volumen de acciones que saco a la venta no va a afectar apenas al precio gracias a que los traders que compran y venden continuamente dan profundidad al mercado. Es decir, tendré más posibilidades de encontrar comprador rápidamente y con deseos de hacerse con mi acción. Por el contrario, si no existieran los traders y quiero vender, sacrificaría más precio al no encontrar quien me compre o tardaría mucho más tiempo en colocarlas si no quiero que se vea afectado el precio de venta.
En definitiva, no sólo consiguen ellos beneficiarse de la operativa (si es que consiguen obtener buenos márgenes), sino que hacen más atractiva la inversión de los demás agentes. Por contrastarlo con inversiones en Private equity, con todas las ventajas que éstas puedan tener, salirse de una inversión puede llevarnos incluso años, cosa que no sucedería en mercados negociados como la bolsa (repetimos: en circunstancias normales en ambos casos).
Los traders también favorecen la reducción de la prima por iliquidez: esta prima será más alta si una actividad se desarrolla en un mercado poco negociable, situación en que el inversor exigirá mayor rentabilidad a su inversión. Son estos mercados profundos los que también permiten dar una salida a las inversiones de venture capital (que esperan sacar a bolsa el negocio en el futuro) y facilitan las ampliaciones de capital.
Es cierto, y sin duda hay que tenerlo presente, que a cambio de todas estas ventajas, un mercado muy profundo puede contribuir a atraer "dinero caliente" o "dinero tonto". Ahora bien, existen formas mucho mejores de mantener "estos dineros" alejados del mercado que gravando las operaciones per se y haciendo peligrar la propia liquidez del mercado. Sobre ellas y otras cuestiones discurriremos la próxima semana.