Tan solo unos días antes de que la ONU declarara la situación de hambruna en el Cuerno de África, se podían leer noticias sobre el continente que nada tenían que ver con las catástrofes humanitarias y las guerras. The Economist subrayaba que durante los últimos diez años seis de las economías con más rápido crecimiento en el mundo han sido subsaharianas; que durante los próximos cinco años varios países africanos crecerán una media anual del 7,2%; que África se ha convertido en un importante mercado emergente aspirando a competir con China e India como próxima historia de gran crecimiento.
El Banco Africano de Desarrollo publicaba también un informe sobre las bondades de la nueva clase media africana –más de 300 millones de personas– que se gastarán 2,2 billones de dólares al año, cerca del 3% anual del consumo mundial. Un banco sudafricano confirmaba que China triplicará su comercio con el continente africano mientras que India y Brasil persiguen con creciente ahínco las oportunidades que les brinda África.
Todo este crecimiento económico, subrayado por varias fuentes, ha ido incluso acompañado de ciertas reformas políticas y del desarrollo de estrategias para reducir la pobreza, mejorar la sanidad pública y la educación. Según Freedom House, en 1989 sólo tres países subsaharianos podían calificarse como democracias, mientras que en 2008 eran 23. Era el momento de África.
Y sin embargo, el este del continente sufre la peor crisis alimentaria en 60 años en que cerca de 12 millones de personas hacen frente a la amenaza del hambre y la malnutrición. Paradójicamente, África no carece de recursos agrícolas y puede "presumir" de tener el 50% de las tierras sin explotar del mundo. Las guerras, los malos gobiernos y las élites africanas tienen gran parte de culpa, pero también los programas de ayuda occidentales que han acabado con la capacidad de los agricultores locales de vender sus productos en su propia casa. La propia Somalia –aparte de una compleja situación– ha sido una de las principales beneficiarias de la ayuda extranjera desde los años sesenta que ha acabado con las capacidades nativas para sortear las sequías. Entre 1970 y 1979 una tercera parte de los alimentos para el consumo eran importados; en 1984 el porcentaje se duplicó.
¿Cuál es la verdadera África, la del potencial gigantesco y atractivo para los inversores mundiales, o la de los niños esqueléticos cuyos ojos parecen saltar de la pantalla? Ninguna de las dos instantáneas capta al 100% una compleja y desconocida realidad africana. Pero desde luego la campaña de la ONU para recaudar fondos para el Cuerno de África no ayuda a mejorar la confianza en los mercados africanos. Recurrir a las imágenes más miserables para recaudar los dineros que no llegan y que no van a dar un mejor futuro a la población hasta que no se apliquen planes a largo plazo nunca ha servido de mucho, ni lo van a hacer ahora. Ya va siendo hora de pensar en otras estrategias.