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Juan Pina

Restauremos el capitalismo

Es necesario desmantelar el hiperestado costoso y entrometido, y para ello hay que desmontar de una vez por todas las falacias colectivistas y proclamar que el capitalismo es el sistema político más solidario que existe.

El colectivismo económico extremo no ganó en Europa Oriental, sino en Europa Occidental. En el Este simplemente se impuso por la fuerza de las armas tras el reparto de Yalta, y sólo mediante una feroz tiranía pudo sostenerse durante décadas. En el Occidente europeo, en cambio, el colectivismo no se impuso por la fuerza sino que logró sutilmente el apoyo generalizado mediante las artimañas de los ingenieros sociales. El sociólogo alemán Ralf Dahrendorf definió como "consenso socialdemócrata" el modelo social, económico y político que triunfó sin derramamiento de sangre al Oeste del Telón de Acero. La nueva democracia no fue una cabal restauración de la truncada por la guerra, sino una distorsión estatalista e intervencionista del concepto mismo de democracia para incluir en él un Estado del Bienestar basado en impuestos confiscatorios y, sobre todo, en un endeudamiento temerario. En mayor o menor medida, todos los partidos se imbuyeron de ese paradigma, haciendo realidad la célebre frase de Hayek sobre los "socialistas de todos los partidos". Casi todos fueron cómplices de la desnaturalización del capitalismo mediante la imposición de todo tipo de ataduras y restricciones a la acción económica humana.

Este colectivismo común al centroizquierda y al centroderecha creó en Europa una economía artificial, falsa, basada en monedas de juguete y deuda rampante, regulada hasta la asfixia y politizada hasta la náusea. Una economía de la que ahora, en pleno derrumbe del sistema, tenemos que desprendernos pero sólo podremos hacerlo si somos capaces de rehabilitar socialmente el capitalismo frente al nuevo y peligroso impulso que está tomando su injusta condena por un cadáver que no es suyo: esta crisis es producto de la intervención keynesiana de la economía. Es el Estado, en Europa y en el resto del Occidente desarrollado, el que la ha provocado inflando burbujas y adulterando el curso de los sectores más estrangulados por el intervencionismo. Ha fallado el Estado arrogante que se creyó capaz de dirigir la economía, no los mercados, que se limitan a reflejar los frutos del desastre generado por los excesos del poder político.

Es necesario desmantelar el hiperestado costoso y entrometido, y para ello hay que desmontar de una vez por todas las falacias colectivistas y proclamar que el capitalismo es el sistema político más solidario que existe (si se le deja en paz) porque es el único que condiciona el éxito de cada cual al servicio de las necesidades de otros. Y una vez restaurada la cabal comprensión de cómo funciona una economía libre, habrá que reformar el sistema para que nunca más podamos caer en burbujas inducidas por los políticos con vocación de ejercer de Reyes Magos con dinero ajeno o, peor, con dinero futuro. Los topes severos tanto al endeudamiento como a la carga tributaria deberían grabarse a fuego en las constituciones de los países libres. Y el dinero debería ser de nuevo el instrumento económico de la gente, no un mecanismo de manipulación económica del Estado. Para ello hace falta restaurar el patrón oro y el pleno encaje bancario, eliminar los bancos centrales y liberalizar la emisión monetaria siempre que esté respaldada. Esta crisis les ha estallado en la cara a los colectivistas que seducen a Europa desde hace seis décadas. Es el momento de que nuestro continente descarte definitivamente su lógica errada y recupere la libertad económica plena, única vía posible a la prosperidad.

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