Entre el lunes y el martes el volumen negociado en el mercado español de deuda pública se multiplicó por cuatro gracias a las instrucciones del Banco Central Europeo. Este hecho ha facilitado que el diferencial del bono español con el alemán se haya hundido. No es por confianza del mercado, sino porque el Banco de España se ha gastado unos 4.000 millones de euros en "peinar y maquillar" nuestra deuda para engañar al vulgo y dejar bien a los políticos. Recientemente Estados Unidos aprobó un nuevo techo de gasto y la deuda de todos los países va disparada sin control. No se cura al enfermo de cáncer con morfina; esta droga le alivia, pero al final hay que operar. Cosa que son incapaces de hacer los políticos, que lo único que dan es morfina: al mercado (estímulos económicos) y a la gente (subvenciones y ayudas) para hacerlos más dependientes de los burócratas.
Hace cuarenta años todo esto podría haber funcionado. Estados Unidos y Europa eran países con mucho capital, mucha gente emprendedora y trabajadora, y carecía de un sistema transparente que sacara a flote los excesos políticos. Las cosas han cambiado mucho. Las dos superpotencias ya no tienen tanto capital (se ha trasladado a otros países), la población está enganchada como un drogadicto a los favores políticos y ha surgido un nuevo inquisidor: el inversor internacional. Aquello que los socialistas llaman "el malvado mercado", no es más que gente corriente (con acciones, fondos, planes de pensiones...) que recolocan su dinero para disminuir el riesgo, y a la vez y sin saberlo, evidencian las irracionales e irresponsables medidas de los gobiernos.
Hace cuarenta años los políticos se dedicaron a comprar votos a gran escala con la ayuda de nuestros impuestos, la emisión de deuda y la creación de dinero fácil, pero han abusado de ese recurso populista. Esa compra de votos masivos y clientelismo, que llaman Estado del Bienestar, es insostenible. No solo a nivel económico, sino social. Los disturbios de Reino Unido son una muestra del fracaso del Estado del Bienestar. Los políticos no saben cómo reaccionar. Lo que siempre han hecho para mantenerse en el poder, es ahora la causa de su hundimiento.
Por otra parte, son incapaces de ver la nueva realidad y tomar medidas acordes. Eliminar privilegios sociales, clientelismo y compra de votos no es fácil. Es lo que se llama ley del trinquete: es fácil otorgar privilegios sociales, pero no retirarlos.
Al final, a la fuerza ahorcan, y tales privilegios –llamados derechos sociales– irán desapareciendo, no por razones éticas, sino puramente técnicas. A los gobiernos solo les queda cambiar la mentalidad a la gente como han hecho en los últimos cien años pero en sentido inverso. Y lo tendrán que hacer. Irán privatizando o haciendo absurdas alianzas publico-privadas. Harán ver a la gente que el sistema no funciona y se ha de cambiar. Lo harán con su retórica populista y mentirosa, pero al final calará. El socialismo ha aborregado demasiado a la clase media como para que se enfrente al sistema.
Tal vez entonces, cuando lleguemos a una especie de default mundial maquillado, los hombres libres verán la vertiente ética de un sistema con menos Estado. Los derechos sociales proceden del latrocinio y del robo al ciudadano. El Estado del Bienestar es el mejor incentivo a la irresponsabilidad y al hedonismo que jamás haya tenido un país. Y verán que la dependencia hacia el Estado, hacia sus mentiras, su robo y su tiranía, es todo lo opuesto a la seguridad económica y material. El Estado del Bienestar, impulsado por la deuda pública y dinero fácil, nos ha hecho pobres y provocado situaciones extremadamente violentas como las de Grecia y Reino Unido. Nos dijeron que sería exactamente al revés. Su mundo de medidas sociales, ha sido nuestra tumba.
El socialismo, el último de los dinosaurios ideológicos que aún caminan por el mundo, está agonizante. Al final será el propio Estado del Bienestar quien acabe suicidándose por sus excesos.