Por supuesto a nuestros políticos les sale muy a cuenta endilgarles la responsabilidad de su muy defectuosa gestión a entes externos: "los mercados", "los especuladores", "la desregulación", "la avaricia", "la codicia", "el Tea Party" y ahora, también, las agencias de calificación que, como Standard and Poor’s (S&P), no arriman el hombro. Nunca, claro, a su propia incompetencia, a su incontenible apetito por el gasto, a su sola receta de subir impuestos y monetizar los déficits, a su renuencia a liberalizar los mercados. Carlos Rodríguez Braun lo ha resumido muy acertadamente en una de sus máximas más populares: "El mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio".
Retrospectivamente nos intentarán hacer creer que la marcha de la economía se torció cuando S&P osó rebajar el rating de EEUU o incluso cuando los republicanos más ultraderechistas pusieron en jaque el acuerdo para elevar el techo de deuda. También nos vendieron la moto de que la crisis de 2008 se debió a la torpe decisión de dejar quebrar a Lehman Brothers, cuando en marzo de ese año había caído Bear Stearns (el quinto banco de inversión del país) y una semana antes los dos gigantes hipotecarios semipúblicos de Fannie Mae y Freddie Mac. Vamos, que la economía iba viento en popa a toda vela. Pero no nos dejemos engañar: durante la semana pasada, habiéndose suscrito la elevación del techo de deuda, la bolsa estadounidense ya se desinfló un 8% debido a las crecientes señales de la debilidad económica del país (mínimos de actividad fabril y del volumen de negocios de los servicios y revisión a la baja del crecimiento del PIB) y a la incertidumbre procedente por el cada vez más probable estallido de la Eurozona.
El desastre de este lunes, uno de los peores días del mercado de valores en su historia, no se debe a la degradación de S&P, ¿cómo iba a hacerlo? Los efectos de rebajar el rating sobre la deuda soberana, de momento, han sido beneficiosos para las finanzas del Tesoro: el bono a 10 años de EEUU, lejos de encarecerse, se abarató un 5% (como algunos, por cierto, ya habíamos pronosticado al decir que la deuda de EEUU sigue siendo, de momento y pese a todo, el activo más seguro del mundo y que todo pánico de mercado tendería a traducirse en compras generalizadas de la misma).
Al contrario, los problemas son otros: la monetización masiva de bonos españoles e italianos por parte del BCE no resuelve a medio plazo los problemas de solvencia de Eurozona, los sucesivos Quantitative Easings de Bernanke han sido del todo inútiles para propiciar un crecimiento sostenible de EEUU, y Obama, lejos de estar dispuesto atajar los auténticos problemas de fondo de su economía (los desproporcionados gastos sociales que se incrementarán exponencialmente en el futuro) está jugueteando con agresivas subidas de impuestos que sólo descapitalizarán más a los ahorradores y a las empresas privadas.
Después del fracaso de todo tipo de intervencionismo, los inversores han perdido toda confianza en que nuestros políticos vayan a tomar alguna medida acertada que no se base en el más pauperizador de los populismos cortoplacistas. Para muchos, no obstante, el dirigismo estatista con el que nos han estado aplastando estos tres últimos años se ha quedado corto. Es lo que tienen los fanatismos y las fes ciegas: si el cien milmillonario plan de estímulo de Obama no ha funcionado, es porque no se duplicó su cuantía (Krugman dixit); si las billonarias monetizaciones de deuda de Bernanke no han surtido efectos, es porque no continúa indefinidamente con ellas (Scott Sumner dixit). Se llama disonancia cognitiva y es un trastorno psíquico perfectamente recogido por la Psicología.
Veremos cuál es la próxima barbaridad con la que buscan robarnos la cartera. Pero desde luego, así no se restituye ninguna confianza en el sistema de mercado y en la creación de un marco jurídico estable en el que apetezca invertir y generar riqueza a largo plazo. Sobre todo porque si personas como Obama o Zapatero están gobernando es porque millones de personas los auparon al poder y aun hoy continúan sin darse cuenta de sus muy profundos errores.