Apenas unos minutos después de que Trichet saliera a la palestra para anunciar que el Banco Central Europeo (BCE) acababa de comprar deuda lusa e irlandesa, las bolsas europeas han comenzado a desplomarse. Puede que haya sido la decepción de los mercados ante la negativa del BCE de adquirir bonos españoles e italianos o bien la incertidumbre generada por la reanudación de su programa de monetización de deuda. Pero lo cierto es que este anuncio a destiempo de una política monetaria más que discutible ha desatado el pánico en unos mercados cuya confianza ya estaba muy tocada por todos los acontecimientos de la última semana.
Al cabo, Europa debería de haber optado desde un comienzo por una solución clara a su crisis de deuda: o buscar socializar las pérdidas mediante todo tipo de rescates gubernamentales y monetizaciones o tratar de minimizarlas forzando planes de austeridad y de reformas en los países periféricos y aceptando, en el peor de los casos, quitas entre los deudores más insolventes. Obviamente, la segunda de estas opciones es la única que de verdad nos permitiría superar a largo plazo nuestras dificultades, sobre todo viendo los pírricos resultados que su alternativa ha cosechado en los Estados Unidos (que ayer mismo alcanzaron una ratio de deuda sobre el PIB del 100% en medio de una economía profundamente estancada).
Pero, en cualquier caso, la indecisión e indefinición de nuestros políticos resultan exasperantes para unos mercados que ya han perdido gran parte de su esperanza. Ni reformas, ni planes de ajuste serios. De momento, la Eurozona sólo parece convencida de las bondades de parchear todos los agujeros financieros y económicos que vayan emergiendo. Algo parecido a lo que ha hecho con España: permitir que Zapatero gobernara durante cuatro años sin aprobar ni una sola reforma de calado y sin presionar a las autonomías para que se apretaran el cinturón.
Así las cosas, no deberíamos extrañarnos de que ahora, cuando la mejor respuesta que saben dar desde Europa ante la incertidumbre sea seguir monetizando deuda, los inversores se asusten. Al contrario, urge dar pasos que estabilicen las expectativas y devuelvan la confianza al sector privado; pasos hacia la liberalización y hacia la austeridad. Si se siguen negando a ello como se han negado hasta ahora, sólo nos deslizaremos por la pendiente de una crisis mucha más dura y prolongada de lo necesario.