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Juan Ramón Rallo

El día en que el mundo no terminó

¿Qué disciplina le impone a un Gobierno un techo de deuda que sabe que se elevará siempre que lo requiera? ¿Acaso el techo de deuda no debería actuar como límite insuperable y preventivo a su irresponsabilidad y prodigalidad?

Acaso sea la cercanía de 2012 la que lleva a muchos a pronosticar el fin de los tiempos de tanto en tanto. Sabido es que el alarmismo vende y no otra cosa recibimos como moneda de cambio. Tras varias semanas acongojados de que el mundo tal y como lo conocemos iba a concluir, de que corríamos el riesgo de caer en un cataclismo peor que el de Lehman Brothers, al final todo se ha arreglado de la manera en que cualquiera podía esperar que se arreglara desde el comienzo: con un pacto de última hora y a regañadientes que permitiera a los dos partidos aparentar que se han mantenido firmes en sus convicciones, que han cedido un poquito por responsabilidad institucional e interplanetaria y que, en todo caso, los derrotados han sido los otros.

Interesante ópera bufa para quien se la haya creído y la haya disfrutado con una canasta de palomitas en la mano. Pero poco más. Desde el principio, elefantes y burros se arrojaban los tratos a la cabeza por ver quién le dejaba la calderilla al camarero. No otra cosa se dilucidaba. Los planes de republicanos y demócratas eran prácticamente calcados: los primeros pretendían aprobar una reducción del gasto de 1,2 billones de dólares durante los próximos 10 años, crear una comisión que acordara la reducción adicional de de 1,8 billones y elevar el techo de deuda en dos fases, 0,9 billones de inmediato y 1,6 después de reunida la comisión; los segundos, minorar el gasto 1,2 billones durante 10 años, especialmente en las partidas de Defensa (partidas en las que, por cierto, las reducciones vendrán por sí solas, por el progresivo abandono de las contiendas de Irak y Afganistán), reunirse en comisión sin demasiado compromiso para estudiar la viabilidad de los déficits futuros e incrementar de inmediato el techo de deuda en 2,7 billones.

El acuerdo final ha sido una fusión de estos dos mellizos: el gasto se reduce de inmediato en 0,9 billones (un tercio de los cuales proviene del menor gasto en Defensa); antes del 23 de diciembre de este año se votará una reducción consensuada de 1,5 billones; si, como es previsible, la comisión bipartidista no llega a un acuerdo, se procederá automáticamente a reducir 1,2 billones a diez años vista; y el techo de deuda se eleva en 0,9 billones ahora y en 1,5 ó 1,2 billones según lo que suceda el 23 de diciembre. En cualquier caso, como querían los demócratas, se garantiza un incremento suficiente como para que Obama no tenga que responder de sus despilfarros antes de las próximas elecciones.

Pues la cuestión de fondo es: ¿cuándo el Leviatán estadounidense abandonó los últimos resortes de autocontención que le quedaban? El mal no viene de ahora, ciertamente, pero la frivolización del techo de deuda lo ilustra de nuevo. ¿Qué disciplina le impone a un Gobierno un techo de deuda que sabe que se elevará siempre que lo requiera? ¿Acaso el techo de deuda no debería actuar como límite insuperable y preventivo a su irresponsabilidad y prodigalidad? Por lo visto no: un simple maquillaje para hacernos creer que el Estado se encuentra realmente sometido a límite alguno.

Y no, la pataleta de los republicanos ni siquiera puede considerarse una chinita en el camino de Obama hacia el Enorme Gobierno. Tras el acuerdo, en el mejor de los casos, el gasto público se reducirá en 0,24 billones al año... sobre un gasto total de 3,69 billones: apenas un 6,5% (aunque para 2011, no nos asustemos, el comprometido recorte apenas alcanzará los 0,1 billones). O, para que nos entendamos, una magnitud similar a la que el poco o nada derechista Zapatero osó aprobar con el tijeretazo. Pero mientras, el déficit anual sigue disparado en 1,4 billones anuales y el nuevo techo de deuda de 16,5 billones de dólares (el 110% del PIB de EEUU) erosiona cada vez más la solvencia del país.

¿Eso es todo amigos? Sí, eso es todo. Ni demócratas, ni republicanos ni un Tea Party que tiene mucho menos poder del que se le reputa. Al cabo, por lo visto la suspensión de pagos de EEUU iba a hundir a la economía mundial en la mayor depresión que conocieron los tiempos. Será que EEUU no había suspendido previamente pagos en 1971 y 1973, cuando se comprometió a entregarles a los bancos centrales europeos unas ingentes cantidades de oro que jamás llegaron a ver; será que esta suspensión de pagos, resultado de una mera insuficiencia transitoria de liquidez, iba a ser más grave que aquélla, resultado de una irremediable insolvencia; será, en fin, que el establishment ha jugado inteligentemente sus cartas metiéndoles a todos el miedo en el cuerpo. Ah, el miedo: crisis y Leviatán. Han vuelto a ganar, pero ¿en algún momento estuvieron a riesgo de perder?

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