Todo un presagio del implacable rigor y la férrea disciplina fiscal que el Partido Popular piensa imponer a las comunidades díscolas en cuanto se instale en el poder.

Como en los tiempos del Caudillo, los problemas actuales de nuestra deuda soberana obedecen según el Gobierno a una conspiración extranjera seguramente urdida por la judería internacional.

La reforma seria de todo esto exige el que nos mantengamos en el área del euro. La alternativa sería un hundimiento de nuestra economía en medio de una colosal fuga de capitales, y una fuerte inflación obliga a medidas muy costosas.

Son éstos tiempos delicadísimos en los que, para no asustar a nadie, tenemos el deber patriótico de decir, como Rajoy, que España es "solvente". Al menos tanto como para seguir sin hacer amago de echar mano a la cartera, que eso es de pobres.

Echarle la culpa al mercado es como pretender responsabilizar a los ciudadanos de todo el mundo de lo que cada Gobierno ha hecho mal.

Un mundo globalizado exige solvencia en las instituciones financieras y límites claros al endeudamiento de los estados. Todos parecemos ser conscientes de esas limitaciones menos nuestros políticos.

Los mercados no atacan, se defienden: se defienden de unos políticos que todavía exhiben enormes descuadres en sus cuentas y que no está claro que prefieran reducirlos lo suficiente a quebrar.

No hay que olvidar que, desde que se aprobó el nuevo rescate de Grecia y los mercados se tomaron un respiro, el Gobierno de Zapatero ha sacado a relucir todo su catálogo de errores en política económica.

Si el Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero no está por la labor de enderezar la maltrecha economía española por vía de las reformas, que dé paso en el menor plazo de tiempo posible a unas elecciones.

En vez de más gastar y cargar más impuestos, es hora de un enfoque diferente.