Algunos se empeñan en demostrar hasta el final que viven, que están vivos, aunque lo que les ocurre es que están mal enterrados. Bien es cierto que por las rendijas de la sepultura dejan oír todavía sus angustiosos estertores; algunos los hay que hasta muestran ademanes atormentados para dejar patente su notoriedad en el mundo que les perteneció; y es que, quien albergó odio y veneno en vida y dedicó su actividad a inocularlos en la sociedad, es muy difícil que tenga un final placentero, ausente de pesadillas.
El Gobierno de la Nación, desde cualquier director general hasta el mismísimo señor Rodríguez Zapatero, están políticamente muertos; ya sé que deambulan, al modo a cómo lo hacen los espíritus, dejándose notar en su propia inexistencia cuando con osadía abren la boca para proferir sonidos, ya que hablar les resulta imposible porque nada tienen que decir.
La semana laboral que termina hoy, día de San Juan Bautista, hemos tenido ejemplos para todos los gustos. Desde los desaparecidos en combate, como algún secretario de Estado de Economía que, con la que está cayendo, ha enmudecido, o sea que debe estar bien enterrado hasta los que, faltos de pudor, tienen la desvergüenza de pronosticar, aconsejar y arengar.
Entre estos últimos, encontramos al inefable gobernador del Banco de España, que renunciando a hacer su trabajo y hacerlo con honestidad, se permite advertir de lo que deben de hacer los demás. El sistema financiero está resquebrajado, muchas cajas sin solución, algunas con las cuentas falseadas aunque, eso sí, presentadas por el señor gobernador como verdaderas ante algún proyecto de fusión que le resuelva el problema.
El señor ZP es otro que, cual insolvente Rey Mago, ha dado lo que no tiene para conseguir la aprobación de un proyecto de ley que daña la economía del país, ahondando así en el problema que deberíamos solucionar. Suspenderá de nuevo en Europa, pues su hipótesis de que allí son lelos, ya se ha demostrado falsa. No convencerá y el tiempo se acaba.
También el secretario de Estado de Telecomunicaciones se ha permitido in articulo mortis, arengar para competir contra el capitalismo salvaje. Pensarán ustedes que estamos en 1917, pero no, aunque algunos –los que se llaman progresistas– siguen viviendo en aquel momento. El señor Junquera no se ha enterado de que hoy, el capitalista, el titular del capital de las empresas, es el trabajador que invirtió sus ahorros en acciones de entidades que le merecían confianza para obtener un lícito rendimiento.
Es más, que, en mi opinión, para llegar a esa categoría de capitalista salvaje se requiere necesariamente la connivencia participativa de la autoridad pública. El capitalista salvaje se hace por medio del pelotazo, no por el trabajo honesto y constante. Así que, lo mejor para competir contra este tipo de capitalismo, es acabar con ese sector público, benefactor de prebendas salvajes.
Por lo tanto, márchense a casa cuanto antes, que es la solución más rápida, más segura y más económica.