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José García Domínguez

Ni Zapatero ni Rajoy: Lampedusa

Unos sindicatos que se dicen de izquierdas, combatiendo con furia contra la igualdad jurídica, no en nombre de la revolución sino en el del más reaccionario de los corporativismos.

Parece que a los directivos de Comisiones y UGT les ocurre con la clase obrera lo mismo que a François Mitterrand con Alemania durante la Guerra Fría (le gustaba tanto –solía repetir– que daba gracias al cielo por que hubiese no una, sino dos). De ahí que nadie haya de sorprenderse ante la enésima negativa sindical a que se instaure un contrato único de trabajo con veinte días de indemnización por despido, propuesta que el Job de la CEOE ha vuelto a poner sobre la mesa de negociación estos días. Ocurre que lo inadmisible para la izquierda desde que Kaustky el renegado acuñara el concepto de "aristocracia obrera", escindir a los asalariados en dos castas enfrentadas entre sí, es justo lo que defienden como gato panza arriba nuestras gremiales.

Por un lado, lo que Marx bautizó "ejército industrial de reserva", el subproletariado marginal llamado a vegetar encadenando contratos basura; enfrente, blindados ante los vaivenes del mercado y la competencia por sus cláusulas de rescisión, los llamados indefinidos. La elite y los parias, la nobleza y el tercer estado, juntos y revueltos en oficinas, talleres y cadenas de montaje. Razón última, por cierto, del tan desconcertante carácter ciclotímico del mercado de trabajo español. Súbitos crecimientos exponenciales de la contratación en el intervalo alcista del ciclo; desplomes no menos fulminantes ante el menor cambio de la tendencia. Más que una extravagancia estadística, la cara y la cruz de la misma moneda... trucada.

Pues es el desempleo crónico de la carne de contrato temporal, los jóvenes, quien asegura la estabilidad de la clientela de Toxo y Méndez durante las crisis. Así, la aparente paradoja que no es tal: unos sindicatos que se dicen de izquierdas, combatiendo con furia contra la igualdad jurídica, no en nombre de la revolución sino en el del más reaccionario de los corporativismos. Aunque lo peor es que esos apparatchiki sindicales, a fin de cuentas simples funcionarios en nómina del Estado que los mantiene, no resultan ser los que en verdad bloquean toda tentativa de cambio. Ni ellos ni tampoco sus patronos, los políticos. La España profunda al completo, indignados miopes incluidos, es quien se empecina, medrosa como suele, en que nada sustancial mute. Ni Zapatero ni Rajoy: Lampedusa.

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