¿Se imagina un país en el que no existe un gobierno efectivo que realice las funciones de protección de la vida, la propiedad y la libertad?, ¿donde no haya una legislación que establezca las reglas del juego social, un sistema judicial público que haga cumplir éstas y resuelva las disputas y conflictos?, ¿ni siquiera una policía estatal que se encargue de mantener el orden público?.. Donde, en pocas palabras, ¿reina un estado de anarquía, es decir, de ausencia de gobierno?
Difícilmente se lo puede imaginar, y si lo hace, seguramente le evocará a la ley de la selva, donde el pez grande se come al pez chico, donde la violencia y la criminalidad y el completo caos y desorden social, unidas a la pobreza extrema, son el pan de cada día. Un contexto que, por supuesto, impide cualquier tipo de actividad económica.
Y, sin embargo, desde hace algunas décadas un número creciente de pensadores sociales han venido defendiendo la idea de la "Anarquía ordenada", es decir, que una sociedad puede funcionar razonablemente bien en ausencia de gobierno; o mejor dicho, que podría funcionar mejor que en presencia de gobiernos ineficientes.
Estos autores se cuidan mucho en diferenciarse de la concepción más común de Anarquía, propiciada por movimientos de izquierda. Al contrario, defienden la existencia de las instituciones básicas de las economías de mercado (propiedad privada, contratos, sistema de normas de conducta, etc.), y piensan que para salvaguardar éstas no solo no es necesaria la figura del gobierno, sino que incluso puede ser perjudicial.
Si bien puede parecer un razonamiento excesivamente radical, aplicado a los países pobres no es un enfoque tan descabellado. Es en estos países donde los gobiernos son más deficientes, la corrupción está más extendida y sus políticas son notablemente más perjudiciales en comparación con los países avanzados.
Se les suele denominar "Estados fallidos": son el caso paradigmático de gobiernos que no hacen lo que deberían hacer, como proteger la propiedad y luchar contra el crimen, pero sí hacen lo que no deberían, como poner costosísimas trabas al sector privado para crear riqueza. Por eso, en gran parte, existen desigualdades de renta tan enormes entre unos países y otros.
Entonces, si los gobiernos en la realidad de muchos de estos países pobres generan más costes que beneficios, ¿podría ser que las cosas funcionaran mejor en ausencia de gobierno? Algunos piensan que sí, no solo a la luz de la teoría, sino especialmente a través del estudio de casos como el de Somalia, en la costa este del continente africano.
Los somalíes viven sin un gobierno efectivo a escala nacional desde 1991. De todos los estados que se califican de "fallidos", es el único que ha reemplazado el gobierno centralizado por la anarquía. Tras el colapso de la dictadura que gobernaba el país hasta esa fecha, comenzó una guerra civil que duró hasta 1995 entre diversas facciones que luchaban para hacerse con el poder de un nuevo gobierno central que, finalmente, no vio la luz.
Desde entonces, ha habido diversos intentos apoyados desde organismos internacionales para instaurar un gobierno, pero todos ellos han sido infructuosos debido a la resistencia de la población. Curiosamente, el estado de anarquía ha resultado más estable y menos explosivo de lo que cabría suponer.
Con todo, sí sería esperable que en términos de desarrollo económico Somalia hubiera sufrido un fuerte retroceso, tanto en términos absolutos a lo largo del tiempo como relativos a países de su entorno que sí cuentan con un gobierno central.
Pero tampoco es éste el caso, como han mostrado diferentes trabajos de investigación. De hecho, según distintos indicadores de desarrollo económico (renta, salud, mortalidad, educación, infraestructuras, telecomunicaciones...) se observa cómo Somalia ha mejorado en gran parte de estos indicadores desde que colapsó el gobierno en 1991.
Así, por ejemplo, en un trabajo publicado en 2007 el economista Peter Leeson comparó 18 indicadores de desarrollo de los últimos cinco años de gobierno (85-90) con cinco años recientes de anarquía para los que había datos disponibles (2000-05). De estos 18 indicadores, 13 de ellos mejoraron desde que colapsó el estado, y solo dos de ellos cayeron con claridad. Un resumen de estos hallazgos se encuentra en la siguiente tabla.
¿Y qué sucede si se compara la evolución en los niveles de vida de la anárquica Somalia respecto a países vecinos con existencia de gobierno? Lo cierto es que, por sorprendente que pueda parecer, Somalia superó en desempeño económico a otros países subsaharianos, como demuestra otro estudio publicado en 2008.
Así, contra todo pronóstico, el sector privado somalí ha demostrado un dinamismo y vigor por el que nadie hubiera apostado. Este sorprendente hecho ha sido reconocido por organismos como el Banco Mundial o la misma BBC recientemente. Y por si esto fuera poco, estos medios señalan además que uno de los sectores de mayor crecimiento de la economía somalí ha sido el de las telecomunicaciones móviles, donde inversores privados arriesgaron su dinero y lo rentabilizaron, a pesar de las grandes dificultades.
Parece claro que Somalia no está sumida en el caos y desorden social más absoluto, como consecuencia de la ausencia de gobierno, y que ha podido generar cierta actividad económica. La pregunta que surge inmediatamente es obvia: ¿cómo se las arreglan los somalíes sin un gobierno que proporcione la ley y el orden?
Como afirman distintos investigadores, Somalia tiene un sistema complejo de gobernanza -sistema de normas- basado en la costumbre que proporciona un orden legal privado y descentralizado. La sociedad somalí está segmentada en diferentes clanes, que son quienes se encargan de interpretar y hacer cumplir las diferentes normas. Esta ley consuetudinaria (Xeer) existe desde tiempos precoloniales y, de hecho, continuó operando bajo el sistema colonial.
Tras la independencia, el gobierno somalí trató de reemplazar el sistema tradicional por la legislación del estado. Sin embargo, sus intentos no tuvieron efecto en las áreas rurales y regiones fronterizas, donde el gobierno somalí carecía de un control fuerte, por lo que la gente siguió utilizando este sistema. Así, cuando el estado colapsó, la gente no se encontró en un vacío donde un código legal gubernamental existente se había reemplazado por nada, sino que la población contaba ya con su sistema legal tradicional y preexistente basado en la costumbre.
Según algunos autores, es la Xeer la que ha hecho posible que exista la actividad económica y el comercio en la Somalia anárquica, protegiendo los derechos de propiedad privada a través de la compensación directa a las víctimas, y no del castigo a los criminales. Es, además, totalmente contraria a cualquier forma de imposición.
Para evitar que haya casos en los que las compensaciones no se paguen a la víctima (por ejemplo, si el infractor no tiene recursos o es un niño), la Xeer requiere que toda persona esté completamente asegurada en un colectivo ante cualquier responsabilidad que pudiera incurrir bajo la ley. Así, si esta persona no puede pagar, recurre al grupo en el que está asegurado, lo que le revierte negativamente en costes de reputación. Si el infractor repite en numerosas ocasiones y hace pagar al grupo (comportamiento del gorrón o free-rider), éste puede expulsarlo, en cuyo caso se convierte en un fuera de la ley, sin protección legal alguna.