Los políticos celebraron en 2008 el inicio de la crisis diciendo que iban a poner en cintura a las fuerzas desalmadas de la economía. El jefe de la Reserva Federal americana anunció la puesta entre paréntesis de la ideología –capitalista y liberal– para desatar la potencia redentora del consenso socialdemócrata intervencionista.
Hoy los USA confirman crecimiento escaso, paro constante y riesgo de inflación, aumenta el desempleo en Grecia y los tipos de los bonos de países periféricos. La garantía del IMF de la parte del préstamo comprometido a ésta se hace a cambio de que la UE la financie un año más. En el colmo de la desfachatez, Obama (17,1% del FMI) abronca a Merkel para que impida la quiebra helena.
Pero parece que la realidad se va a imponer a la ficción financiera.
Por un lado, Bernanke ha dicho que la última relajación crediticia de la Reserva Federal –600.000 millones– no será prorrogada después de julio. Por otro, las tendencias electorales europeas y el liderazgo de los países que mejor han vadeado la crisis hacen prever una espera en los créditos debidos por Grecia a bancos privados y al BCE.
En contra de la ley europea, cuando empezó la fiebre rescatadora, se obligó al BCE a comprar bonos de los países afectados. No sólo aumentó la pelota de la deuda sin generar más confianza en estos sino que puso en peligro el balance del BCE. No extrañamente, es el actor europeo más opuesto a la asunción de pérdidas por los acreedores, en la forma del retraso de pagos que parece inevitable. El único argumento que queda a favor de más rescates es el de que los primeros han fracasado y esto obliga al BCE a perpetuar la compra ilegal e infructuosa de bonos. Demencial.
Lo sustancial es que el resto de acreedores han caído en la cuenta de que más vale anotarse las pérdidas de la restructuración griega cuanto antes porque esperar no mejora las expectativas de cobro. Algún día alguien tendrá que explicar porqué ante la explosión de una burbuja crediticia se respondió con más de la misma medicina generando más malas inversiones y una nueva burbuja a añadir a la primera en forma de expansión monetaria e incremento desmesurado de deuda en países ya en dificultades.
Ha costado tres años descubrir la ausencia de virtudes taumatúrgicas de los artificios del multiplicador keynesiano, la deuda y los rescates. La situación es hoy peor que entonces, pero al menos se está deteniendo el mal. Empezar a hacerlo bien requiere la ortodoxia económica de siempre: ahorrar para invertir, invertir para crear empleo, sometiéndose a las reglas del mercado y no a la voluntad interesada de los políticos. Resulta que sí hay ideólogos en las crisis financieras y los que han fracasado son los partidarios del consenso socialdemócrata. En esta segunda caída del Muro, los liberales habrán de sustituirlos. No podrán hacer milagros, pero sí esperanzarnos con una recuperación real y no ficticia.