Keynes nos hizo un interesante regalo cuando escribió Las consecuencias económicas de la paz. Nos presenta, como si fuéramos invitados invisibles, su recuento en parte literario en parte cómo lo que era del proceso del Armisticio o rendición de la I Guerra Mundial que tuvo lugar en Versalles, París, lo cual para nuestro propósito, como veremos mas tarde, no es baladí. Nos resulta imprescindible para entender la naturaleza de un proceso histórico, y como veremos la historia europea reciente, del último siglo.
Si el recuento estuviera hecho por un observador francés o alemán, o fuera un miembro del cuerpo diplomático o del ejército en lugar de un afamado economista sería mucho menos valioso. Keynes como ciudadano inglés y economista nos aporta dos informaciones que consideramos extremadamente valiosas. Una, es la descripción casi novelística que hace de la situación, mejor del escenario y personajes de las conversaciones, y otra, un dictamen que se convirtió cual fina intuición en certeza, cuando señala que "se están imponiendo a Alemania condiciones imposibles de cumplir, y por lo tanto sentando las bases de una futura revancha". Es una fina intuición pues ya asume dos cosas: que Alemania o mejor el pueblo alemán se recuperará de las tremendas exigencias que se le estaban imponiendo en Versalles, lo cual habla a favor del sentido que Keynes tenía de la riqueza; y segundo, que la humillación perpetrada en Versalles en forma de despojo de Alemania se tornará en revancha. Eso fue la II Guerra Mundial: la revancha.
Describe con gran detalle a los personajes. La actitud de Clemanceau el primer ministro francés. Su pose patriarcal, su atuendo del que cita sus finos guantes de gamuza, y las escasas pero incisivas intervenciones dirigidas única y exclusivamente al desmantelamiento de la industria alemana. Del mismo modo nos presenta a Wilson, el presidente americano, que parece participar aparentemente distanciado de la escena, como sobrevolando la reunión, en unas conversaciones que se le antojan un problema de familia, de la familia europea, que así lo era, y que están zanjando sus desavenencias fruto de la derrota militar.
De una lectura imparcial se extrae la conclusión de que Francia por medio de su representante el presidente Clemanceau procede –con la supervisión americana– al despojo completo y sistemático de Alemania que se anuncia, tendrá en el futuro consecuencias graves.
Todo proceso histórico precisa, antes o después, de un activador o elemento que inflame la situación, lo por otro lado ya está disponible. Y así fue. La II Guerra Mundial activó entre otras cosas, esa energía en forma de resentimiento latente en el pueblo alemán, a través como sucede siempre del detonador, el elemento más básico que posee la humanidad, el odio. Según parece las condiciones del Armisticio provocaron en Alemania la muerte de 250.000 niños. Esa era la fuente, el odio y el iniciador lo proporciona haber superado una prueba difícil. En este caso la ruina económica y moral del período posterior a la I Guerra. Se busca un señuelo, se proyectan en él nuestras fobias y adelante. La autodestrucción está servida.
En el caso de la II Guerra Mundial, la operación vino articulada desde dentro del pueblo alemán. Es el rasgo de ser, de identificarse, contra alguien. Otra vez lo mismo, destrucción y miseria. Alemania se derrota a sí misma. La potencia industrial e intelectual del siglo XX, que ha dado origen con su riqueza intelectual a los mayores avances del siglo XX, en forma de una nueva teoría de lo microscópico con avances inimaginables, y del espacio y el tiempo en el que la energía y la materia conviven de forma indistinguible, sucumbe como los borrachos a la droga del alcohol de la superioridad étnica.
Esta vez después no hay Versalles, está Núremberg, donde se escenifica cual diván del siquiatra el desenlace de toda la locura. No está Clemanceau que desmantele, ni un Keynes que nos cuente, y se hace lo que nos ha contado tantas veces tantas veces la Biblia y los otros libros de Historia. Se desmiembra el cuerpo y se esparcen los restos. Se divide Alemania.
Pero la Historia siguiendo la matemática perversa de Asimov, revierte las acciones y permite la reunificación. Margaret Thatcher en forma preclara, convoca a un grupo de historiadores en Balmoral y vuelve a preguntar: ¿Puede Alemania volver a las andadas? Parece que no se opusieron.
Alemania acaba de pagar los costes de la reunificación fruto del reparto de la II Guerra Mundial y tal y como ha sucedido, vuelve a estar de una pieza. Junto con Francia forman el núcleo duro del euro y reparten doctrina: Alemania económica y Francia social, y en este caso las tensiones han aparecido, con los países del sur, que tienen tendencia a descarriarse y no respetar las normas. Pero como dice Baudelaire: "Nos pechés son tetus, nos repentirs son láches" (Nuestro pecados son cabezotas y el arrepentimiento flojo) y vuelve a las andadas, posiblemente porque la sociedad alemana no ha hecho los deberes: conocerse a sí misma.
Como siempre, los hechos están ahí, tentando a los acontecimientos, y acaban de mostrarnos la nueva derrota de Alemania, ya no por un personaje siniestro como fue Hitler, que capitalizó los vicios de un país, sino por la política en forma de un grupo religioso que vende un Parnaso inexistente, el de una existencia con ausencia de riesgos y con recursos energéticos ilimitados. Alemania ante el terremoto del Japón propio de la peor pesadilla, del que no se puede proteger, cual paciente del psiquiatra en un gesto de sublimación, lo ha negado y convertido en un siniestro augur nuclear, del que por medio de la renuncia a todo lo nuclear, sí se puede proteger.
Los dirigentes alemanes han soltado los papeles, corrido despavoridos a refugiarse en las faldas de Die Linke, y cedido el protagonismo político a Versalles. Alemania ha clausurado todas las centrales nucleares que le caen a mano, salvo las de Francia porque no puede. Ha cancelado los planes nucleares porque es posible que los pensamientos del Armagedon nuclear, que no la radioactividad, lleguen de Japón y puedan perder unas elecciones regionales.
No es casualidad que simultáneamente Alemania haya renunciado a participar en la solución del problema Libio o a su papel en el orden mundial que de eso se trata. Ha abjurado de Adenauer y Erhardt y sus principios liberales que la han enriquecido como nos explicó Keynes, y sólo le queda la caja del dinero, pero ésta sin un proyecto político no es nada; por lo tanto también saldrá corriendo y abandonará el euro a su suerte. Un moderno Versalles sin Clemanceau, pero con Die Linke.
Aufviedersehen euro.