Yo creo que siempre pero, para evitar radicalismos, diré que hay momentos históricos en los que se requiere, más que nunca, la afirmación de la autenticidad, el predominio de los criterios fundados y la lucha hasta el límite para conseguir su reconocimiento. Aún no siendo esto posible, será preferible la derrota al allanamiento, pues los tiempos venideros juzgarán los hechos y a sus protagonistas con ojos de justicia y no de oportunidad.
La irresponsabilidad de un Gobierno ha determinado que, renunciando a su función de gobernar, y a pretexto de favorecer el diálogo social, deje sine die la definición de una reforma laboral, esencial para la economía de la nación. Poco importan los cinco millones de parados y menos aún el cierre de tantas empresas, las más de ellas asfixiadas por unas nóminas rígidas, desconectadas de la economía productiva.
Los días de inacción del señor presidente devienen meses para los parados y para las empresas, que nunca saben hasta cuándo podrán aguantar. El presidente, que no le gusta entrar a los fogones, espera que le sirva el menú ese mercadeo entre sindicatos y patronal; unos y otros no tienen prisa porque disponen de ocupación y, lo que es más importante, de remuneración. Caso bien diferente al de los parados, al de los concursados o, simplemente, a aquellos que pusieron el candado a la cancela para nunca más abrirlo.
En vez de gobernar, el presidente presiona para que lleguen a un acuerdo que pueda capitalizar como triunfo de su gestión. Supuso, al menos esta fue la excusa, que su impronta a la cita con los agentes sociales en la Moncloa iba a lograr un acuerdo, del que ya podría hablar en las pasadas elecciones; para ello, bien merecía renunciar a su presencia en la reunión progresista de Noruega, pero finalmente ni siquiera hubo foto.
La situación es muy grave, pero la gravedad ofrece la posibilidad histórica de acabar con la estructura franquista del mercado de trabajo (Ley de 1944, transformada en Estatuto de los Trabajadores 1995). Contratos laborales que unen las vidas de empresarios y trabajadores con un vínculo de mayor permanencia que aquel que unía a los cónyuges en matrimonio. Revisiones salariales decididas entre quienes nada se juegan, en esa llamada negociación colectiva: sindicatos, tan financiados públicamente como lo fueron los verticales del franquismo, y centrales empresariales expectantes, como entonces, de los privilegios procedentes del sector público.
Flexibilidad del mercado y micro-negociación laboral en el ámbito estricto de la empresa son medidas que está reclamando la economía española para salir del círculo vicioso en el que se encuentra. Es lo que necesitan los parados, lo que necesita el millón trescientos mil hogares sin ningún ingreso y lo que necesitan los empresarios desesperanzados para abrir un resquicio al ánimo, a la iniciativa y al coraje.
Quien crea en ello –llámese Rosell, Méndez o Toxo– no puede ceder a componendas, pues mostrará su indolencia y no su capacidad de diálogo.