Reveladora la reacción que cuenta, o sea la primera, de doña Elena Salgado a la vista de un clásico meridional de toda la vida: el señorito metiendo mano a la criada. Así, huelga decir que en auxilio del chimpancé en celo, no por supuesto de la inmigrante negra que limpia camas en el hotel, depondría rauda la garantista Salgado: "Evidentemente, todos los ciudadanos son iguales ante la ley y eso quiere decir que todos tienen derecho a la presunción de inocencia". Aserto que acaso haya provocado alguna perplejidad al llegar a oídos del violador del Ensanche o del Rafita, presuntos inocentes en su día y, desde hoy, víctimas ciertas de un agravio comparativo. Y es que con la inocencia presunta viene a ocurrir lo mismo que con la igualdad, a saber, que presuntos somos todos, pero unos mucho más que otros.
De ahí que removiendo en las fosas sépticas de Google no haya manera de dar con el menor reparo leguleyo de Salgado a propósito de erotómano alguno. Otro cualquiera que no responda a las iniciales DSK, se entiende. Como tampoco queda rastro, por cierto, de ninguna confesión suya glosando la "fuerte personalidad" del Dioni o El Vaquilla. Pues, al parecer, todavía hay clases. Sobre todo, en el muy exquisito baremo que jerarquiza la predisposición al escándalo moral de la izquierda caviar. Por lo demás, una personalidad presuntamente fuerte, la del siempre erecto Dominique, que a nuestra presunta feminista se le antoja "evidente".
"Es evidente que el señor Strauss-Kahn tiene una personalidad fuerte", apostilló para deleite de cualquier discípulo avezado del doctor Freud de Viena que escuchase sus palabras. Aunque olvidó aclarar doña Elena por qué resulta tan evidente el asunto. ¿A qué evidencia se referirá la vicepresidenta? ¿Quizá al sujetador presuntamente roto de la periodista que en 2002 acudió a su presunto apartamento de París con el propósito de entrevistarlo? ¿O tal vez a las palabras del diputado Bernard Debré en L´Express –"todo el mundo sabía que era un acosador–? Sea como fuere, Salgado echa en falta más respeto. "Hay que ser un poco más respetuoso", se ha lamentado. Y ahí sí que no le falta razón. Esos yanquis, tan zafios ellos, ni el derecho de pernada respetan. Ni eso.