Con frecuencia se comete una injusticia con nuestros actores, artistas e intelectuales, al considerarlos excepcionalmente ignaros y presos del pensamiento único. Esto no es así en absoluto: el mundo de la cultura deja en general mucho que desear también en el resto del mundo. Por ejemplo, leí en El País esta declaración de Jeremy Irons: "No podemos crecer de forma permanente en un mundo de recursos limitados".
Esta majadería es ampliamente compartida porque apela al sentido común, que, al revés de lo que se dice, sí es el más común de los sentidos, aunque no es la única y definitiva guía para la comprensión de la realidad. En muchos casos es un obstáculo para dicha comprensión, como lo atestigua la historia de la ciencia, cuyos avances han requerido a menudo quebrantar el sentido común.
La falacia de Jeremy Irons, y de tantos otros, es doble. Si los recursos están limitados, eso no puede ser una novedad. No pueden estar limitados hoy: han estado limitados siempre. Pero si han estado limitados siempre: ¿cómo ha podido producirse y difundirse tanta prosperidad en comparación con el pasado?
La única forma de superar esta primera falacia es suponer que hoy, sólo hoy, la limitación de los recursos comporta un freno para nuestro crecimiento. Esto exige una explicación que la corrección intelectual se resiste a brindar.
Hablando de resistirse, la segunda falacia es precisamente suponer que los recursos están limitados. ¿Quién lo ha dicho? A lo largo de la historia, las personas han demostrado ser los verdaderos recursos: son los seres humanos los que han probado ser capaces no sólo de administrar recursos escasos sino de crear recursos nuevos. Eso es lo que ha permitido crear riqueza hasta hoy, y lo seguirá permitiendo en el futuro.