Ante la Realpolitik de hoy brota necesariamente una pregunta que precisa de rápida respuesta: ¿es la demagogia el destino natural de la democracia? Cuando en la Grecia Antigua, Platón, Aristóteles, etc. establecieron tres formas de gobierno puras –la monarquía, la aristrocracia y la democracia– y tres corruptas derivadas de las anteriores –tiranía, oligarquía y demagogia– estaban presagiando la tendencia del Gobierno de una nación, cuando abandonaba el fin primario de la acción de gobernar –procurar el bien común de la colectividad– para sustituirlo por fines e intereses personales.
Si nos abstraemos del mundo angelical en el que las instituciones y personas que las rigen se mueven siempre por los más nobles sentimientos y entramos en el mundo real en el que las decisiones políticas –yo prefiero centrarme en aquellas de contenido económico– se suceden bajo intereses poco confesables, se pregunta uno si es posible una verdadera democracia en la vida política de hoy, pues, para ella, no basta el sufragio universal.
Situar el problema en nuestra España resulta ya tedioso y, en el mejor de los casos, lacerante por el sufrimiento de tantos españoles por lo que se debería hacer y no se hace, o porque lo hecho sólo beneficia un fin, que no es el pretendido por la comunidad. ¿Puede la lucha por el voto legitimar cualquier medida por perversa o corrupta que sea? Buena parte de las medidas hoy, en España y fuera de ella, sólo encuentran esa posible justificación.
El presidente Sarkozy, en nuestro vecino país, intentando congraciarse con los trabajadores y atraer su voto dentro de un año, pretende que la Asamblea Nacional apruebe una norma por la que las empresas de más de cincuenta empleados que repartan dividendos a sus accionistas vendrán obligadas al pago de una prima a sus empleados. A decir del presidente, si los accionistas se reparten beneficios, justo es que también los empleados participen en ellos. Un concepto aleatorio de justicia, pues el francés no prevé reducir los salarios en aquellas empresas que estén en pérdidas aplicando el mismo concepto de lo justo.
¿Merece eso, llamarse democracia, aunque sea votado unánimemente por la Asamblea? La confusión de derechos y el fraude para los ya adquiridos, ¿es compatible con la democracia? Los accionistas que arriesgaron su capital, ¿lo habrían arriesgado igualmente de conocer que, en caso de beneficios, tendrían que compartir el reparto con quienes nada arriesgaron? El llamado cálculo democrático de esta medida se basa en que el número de votos de accionistas debe ser inferior al de empleados, por lo que el balance electoral será positivo. Pero, ¿es esto democracia? ¿Y el daño que puede producir la desinversión? Pero éste se descubrirá pasadas ya las elecciones.
Algo semejante podemos encontrar en Obama, cuando advierte del peligro de contraer el gasto público sin poder demostrar las ventajas de su ampliación. Infundir temor en la población es otra de las vías con que cuenta la demagogia.
¿Es éste el fin de la democracia?