Según Antón Costas, catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, "los argumentos económicos son insuficientes para comprender las causas profundas del desastre que estamos viviendo". Para los malos economistas tal vez sea así, y por eso necesitan culpar a la "quiebra moral del nuevo capitalismo que emergió en los años ochenta". Como no comprenden la crisis financiera, creen que nadie puede entenderla sin buscar algún chivo expiatorio a su gusto.
Al parecer un inexistente capitalismo ha deslegitimado socialmente la economía de mercado, o sea a sí mismo. Y también a "las políticas que están haciendo los Gobiernos": culpemos a la ausente libertad de los desastres del intervencionismo estatal y su merecido desprestigio.
Sólo un mal economista puede creer que "los fundamentos éticos de la economía, basados en valores como la confianza, la equidad, la justicia o la buena fe en las relaciones económicas", están más allá de las fronteras del análisis económico; y que los economistas no estudian "las consecuencias negativas de la desigualdad, el fraude, el expolio o la corrupción".
Sólo un mal economista menciona el riesgo moral que implican las garantías estatales de salvamento al sector financiero y la socialización de las pérdidas como si fuera una característica de un mercado libre.
Sólo un mal economista afirma que en los años ochenta aparece "la ideología del mercado libre de trabas": ni conoce la historia del pensamiento económico ni distingue una ideología política de una idea científica.
Sólo un mal economista afirma que los sindicatos y los medios de comunicación son "instituciones que ejercían un cierto control social" pero que han sido debilitadas, lo que ha contribuido a causar la crisis.
Sólo un mal filósofo moral cree que el fin del socialismo real "no solo dejó huérfano de fundamento ético al socialismo, sino también al capitalismo"; al parecer "la lógica del mercado haría desaparecer el libre albedrío y, por tanto, la responsabilidad individual" y no se podría "juzgar la conducta de los actores desde una perspectiva moral".
Sólo no entendiendo el capitalismo se asegura que su "nuevo héroe" es "un personaje amoral, desacomplejado, libre de cualquier tipo de cortapisas, que lo quiere todo y ahora, que busca maximizar el valor de la acción y su rentabilidad inmediata, y no a la creación de valor económico a largo plazo". Un héroe que se parece muchísimo a un político demagogo, mentiroso, irresponsable y preocupado por la próxima elección.
Denuncia Costas que "los economistas han tenido un papel importante en esa quiebra ética". Todos metidos en el mismo saco, neoclásicos, keynesianos, austriacos, como si no hubiera diferencias entre ellos: "saben poco de cómo funciona el mundo real, practican una economía arrogante, basada en supuestos idealizados del comportamiento económico, que han utilizado para apoyar políticas de libre mercado". Efectivamente Costas, presunto economista, sabe poco de cómo funciona el mundo real. Propone humildad, reconocer que se "sabe poco sobre los mercados financieros": él sabe poquísimo al respecto, e incluso cree que esos mercados han sido libres y que esto ha causado la crisis.
El capitalismo no requiere una refundación moral como la que propone Costas. Requiere que le dejen existir: sólo en libertad florecen las virtudes morales. La política, esa pobrecita que al parecer con el monopolio de la fuerza, la legislación y la confiscación de recursos no tiene autonomía ni capacidad para moralizar el capitalismo, es la principal corruptora. La llorona nociva que después de extraer toda la riqueza que puede a la fuerza aún pide más prestado y protesta indignada porque le cortan el grifo; la demagoga que se indigna por la volatilidad y la especulación que ella misma provoca al intervenir coactivamente sobre el dinero y el crédito; la caradura que muestra su incompetencia causando crisis al tiempo que alerta de la ingobernabilidad de las sociedades democráticas.