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Cristina Losada

Que se movilicen ellos

En suma, suspiran por un nuevo mayo del 68, ése en el que no estuvieron y que los jóvenes de hoy han de protagonizar por ellos.

Tras socavar, con singular eficacia, el ansia de conocimientos y la ética del esfuerzo en los adolescentes, el progresismo patrio ha dado en sorprenderse y escandalizarse de que los jóvenes no se movilicen en esta época de crisis. Movilizarse, entiéndase, políticamente y, para ser precisos, en la calle, que ya es hora. Abundan, así, en esos predios, los lamentos por la –supuesta– indiferencia juvenil ante las graves hipotecas que pesan sobre su futuro, atribuidas todas ellas al triunfo de los pérfidos mercados sobre la política, que es dama virtuosa. Y en línea con el panfleto de moda, ese Indignaos que está en boca de todos –y en boca de ganso–, instan a la juventud a sacudirse la abulia y montar en cólera, sea contra el poder económico, sea contra el poder político, elección que dependerá, a buen seguro, del color del gobierno de turno.

Perfectamente inconscientes de la paradoja, los defensores de doctrinas pedagógicas que han privado a los jóvenes de las herramientas para construirse un futuro, les incitan ahora a rebelarse contra otros. Y hasta les afean que no se movilicen, cosa que dada la práctica habitual significa quemar oficinas bancarias, tiendas, vehículos policiales y sedes de partidos de derechas. En suma, suspiran por un nuevo mayo del 68, ése en el que no estuvieron y que los jóvenes de hoy han de protagonizar por ellos. Ese mitificado Mayo cuya repetición vaticina cierta prensa en cuanto unos chavales encapuchados lanzan cocteles molotov contra una escuela. Y ese Mayo que no volverá, desde luego, a lomos de la crisis. No en vano, las rebeliones juveniles de los sesenta no fueron revueltas contra la escasez: fueron las revueltas de la abundancia. Sin olvidar el aburrimiento que, tal como señala Nisbet, es una causa motriz nada despreciable.

Sólo unos irresponsables pueden aconsejar a los jóvenes que respondan a la crisis representando una parodia sesentayochista de propósitos confusos y manipulación probable. En lugar de despilfarrar sus energías de ese modo, mejor harán si las invierten en su preparación: en aprovechar las escasas oportunidades de remontar los efectos perversos de una enseñanza pública moldeada, durante décadas, por la utopía de la mediocridad. La única rebelión inteligente será contra ese lecho de Procusto –la igualación por abajo– que ha tendido el progresismo pedagógico. Y si los nostálgicos anhelan un nuevo Mayo, que se movilicen ellos.

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