No se trata en este caso de rendir tributo al viejo principio de coger el rábano por las hojas, como legítimamente podría pensarse, sino de algo mucho más prosaico, aunque más irresponsable, que es sustituir el rábano por las hojas o, lo que es lo mismo, fijarse en las hojas para olvidar o desconsiderar el rábano.
Exactamente a este principio, en mi opinión, responde la política financiera que el gobernador del Banco de España pretende aplicar, como supervisor de las entidades financieras (fundamentalmente bancos y cajas de ahorros), en su labor de control a las mismas, a fin de cumplir las medidas de política monetaria emanadas del Banco Central Europeo.
De la historia iniciada a comienzos del presente siglo, y vivida públicamente desde finales de 2007, parece posible afirmar que si un sector tan regulado como el sector financiero, con una función de inspección por parte del Banco de España para garantizar que la regulación se cumple en la vida real de las instituciones, desemboca en la crisis del sector, es como denunciar que la inspección no se ejercía con el rigor esperado o que, deliberadamente, se prefería eludir el problema por intereses inconfesables, asumiendo así la complicidad con las prácticas irregulares o delictivas.
Sea lo uno o lo otro, el Banco de España debería estar explicando qué ocurrió en algunos bancos y cajas y por qué ocurrió, situando la responsabilidad donde y a quién corresponda, para asegurar que fazañas semejantes no vuelvan a producirse.
Pues bien, éste, que es el rábano, ha quedado postergado en las preferencias del inefable gobernador del Banco de España. Ha preferido cogerse a las hojas, con el ánimo de encontrar en ellas un elixir narcotizante para sí mismo y para la sociedad española.
La última propuesta anunciada consiste en penalizar a las entidades que ofrezcan tipos de interés a los depósitos por encima del 3,1 % anual; esto, adornado para contentar a la izquierda pobre y envidiosa –la rica ya dejó atrás estas veleidades–, de la promesa de supervisión de los salarios en las entidades de crédito en las que éstos superen el millón de euros. Ambas medidas deberían ser dignas de un cese inmediato, pues no estamos ante la independencia de la autoridad monetaria, sino ante la carencia de criterio en ella.
El gobernador del Banco de España no es quién para decirle a una entidad privada cuánto, cómo y por qué tiene que pagar a un empleado, cuando, sin embargo, todos tendríamos derecho a decir cuál debe ser el sueldo del gobernador. Por otro lado, superado el tiempo de los tipos fijos, la retribución de los depósitos es una simple cuestión de política empresarial.
Además, señor gobernador, las tropelías recientes del sector financiero, que usted ha supervisado mal, no se han producido en los depósitos sino en los créditos. ¿Por qué no investiga estas situaciones? Es decir ¿por qué no coge el rábano en vez de distraernos agitando las hojas?